
En la historia de la humanidad siempre ha habido migración. La Biblia habla, por ejemplo, del forastero como alguien que vive fuera de su tierra como extranjero, es decir, como extraño. Además, con razón se reconoce que, en definitiva, todos somos migrantes: “Yo no soy más que un extranjero para ti, un advenedizo, como todos mis padres” (Sal 39,14).
Detrás de esta afirmación no sólo está la verdad de que somos peregrinos y huéspedes en la tierra camino hacia el Cielo, la Patria definitiva (ver Hb 11,13-16), sino también que todos, de un modo u otro, estamos de paso en el espacio y en el tiempo. El tiempo avanza irremediablemente de un antes a un después y es cada vez más frecuente la movilidad de las personas por distintos motivos, como el estudio o el trabajo.
A su vez prácticamente todos somos migrantes o descendientes de migrantes. Por eso, en nuestra relación con tantas personas venidas del extranjero a nuestro país, no olvidemos lo que ya se decía a los israelitas en la Biblia: “No maltratarás al extranjero, ni le oprimirás, pues extranjeros fueron ustedes en la tierra de Egipto” (Ex 22,20). Evitemos también nosotros la tentación de caer en actitudes xenófobas.
El documento “Dignitas infinita” señala que “los emigrantes están entre las primeras víctimas de las múltiples formas de pobreza. No es solo que su dignidad viene negada en sus países, sino que su misma vida es puesta en riesgo porque no tienen los medios para crear una familia, para trabajar o para alimentarse” (40).
Entendemos aquí como persona migrante a quien se ha visto más o menos obligada a dejar su patria por motivos económicos, sociales, políticos y otros. Muchos huyen de conflictos, guerras y persecución en búsqueda de mejores condiciones de vida. Por ello no es migrante quien viaja a otro país con la intención de delinquir. Los migrante no son delincuente, sino personas de bien que quieren ser acogidas en su precariedad con el anhelo de aportar a la comunidad a la que se integran.
En concreto, Chile de siempre ha sido un país que se ha beneficiado de la presencia de migrantes venidos de todo el mundo. Han aportado con su riqueza humana al desarrollo poblacional, cultural, social y económico. Lo que la historia nos enseña de nuestro pasado respecto a la migración venida particularmente de Europa, tiene que hacernos comprender la importancia de la actual migración procedente de nuestro continente americano, casi todo él unido por la misma fe en Cristo.
“Es siempre urgente recordar que todo emigrante es una persona humana que, en cuanto tal, posee derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en cualquier situación. Su acogida es una forma importante y significativa de defender la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión” (40).