Después de la elección presidencial, felicitamos a quien presidirá nuestra Nación. También le aseguramos nuestra oración, según dice San Pablo: “Ruego que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los gobernantes y por todos los constituidos en dignidad, a fin de que gocemos de vida tranquila y quieta con toda piedad y dignidad” (1 Tm 2,1-2).
Como ciudadanos, hemos de apoyar a las autoridades comunales, provinciales, regionales y nacionales. El bien común nos pide secundar las buenas iniciativas políticas tendientes a favorecer especialmente a los más necesitados y sufrientes, incluyendo a los niños por nacer y a los ancianos y enfermos en sus últimos momentos de vida.
El bien común exige el respeto de la dignidad de toda persona, desde su concepción hasta su muerte natural, “debe facilitar a cada uno lo que necesita para llevar una vida verdaderamente humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y cultura, información adecuada, derecho de fundar una familia, etc.El bien común implica, finalmente, la paz, es decir, la estabilidad y la seguridad de un orden justo. Supone, por tanto, que la autoridad asegura, por medios honestos, la seguridad de la sociedad y la de sus miembros. El bien común fundamenta el derecho a la legítima defensa individual y colectiva” (Catecismo de la Iglesia Católica 1908 y 1909).
El bien común se asegura con la condición de que la autoridad emplee medios moralmente lícitos. En este sentido hay que entender las palabras de Jesús “den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21). Esta enseñanza no significa establecer una separación entre la actividad política y Dios. Es todo lo contrario. Significa que es obligación del ciudadano obedecer a la autoridad política en lo que corresponda y que, antes que nada y por sobre todo, es obligación de todos obedecer a Dios. Esta obediencia a Dios es también obligatoria para la autoridad política.
Actitudes de las nuevas autoridades han de ser la de servicio, honestidad, competencia, dedicación, austeridad y respeto. Estas actitudes son también las esperables en los ciudadanos en su vida profesional y social. Particular énfasis hay que dar a la participación de los ciudadanos en las instituciones intermedias locales, como son las juntas de vecinos, gremios, sindicatos, asociaciones, fundaciones, entre otras muchas.
A todos los niveles de la vida nacional, desde las más pequeñas agrupaciones conformadas por sólo algunas personas hasta los más altos niveles del servicio público, deben ser lideradas y animadas por ciudadanos que busquen sinceramente el bien de la comunidad, sin segundas intenciones motivadas por intereses individualistas egoístas, políticos, ideológicos o de beneficio solo para un grupo particular.
