
Una cosa es la estridencia de las minorías, otra cosa es el silencio de la mayoría. Si nos quedáramos sólo con lo que aparece en las noticias, quedaríamos con la impresión de que ya no hay nada que hacer frente a tanto mal. Pero si apartamos la mirada de lo que nos ofrecen los medios de comunicación y la dirigimos al entorno del mundo real veremos cuánta gente buena hay.
Son las personas normales, de toda edad y condición, desenvolviendo sus vidas en el seno de su familia, en el trabajo, en el vecindario y en tantas otras instancias de la sociedad. Entre la vida común y corriente de esta inmensa mayoría silenciosa y la estridencia de unas minorías hay una distancia casi insalvable.
No podemos negar la existencia de mafias, de pequeños grupos terroristas, de activistas fomentando la lucha de clases en diversos ámbitos de la vida social, de establishments o grupos de poder dedicados a defender sus privilegios… Pero nunca debemos olvidar a los millones de hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos dedicados a sacar adelante sus vidas con esfuerzo y honestidad, procurando hacer el bien, en el respeto sincero de la ley de Dios y de los hombres.
Cualquier país, como Chile, debe su existencia, su desarrollo y su ambiente de pacífica convivencia a estas personas de buena voluntad. Puedo poner dos ejemplos, entre otros muchos.
Desde el año 1950 se realiza todos los años, el primer domingo de marzo, una Misa en la que se encuentran argentinos y chilenos en la frontera de la Región de La Araucanía y la Provincia de Neuquén, concretamente en El Tromen o Mamuil Malal. Ni siquiera ante el inminente conflicto armado a causa del Beagle en el año 1978 se suspendió este signo de fraternidad. Mientras unos pocos querían la guerra, muchos oraban por la paz.
El otro ejemplo es el generalizado ambiente de paz y entendimiento entre los habitantes de la Región de La Araucanía. Es verdad que hay ciertos lugares en los que hay graves conflictos o puntuales atentados. Si hacemos casos a ciertas informaciones, también podríamos decir que numerosos incendios han sido intencionales. Sin embargo, nuestra experiencia es la de fraterna convivencia en las escuelas, los pueblos y sectores rurales, ambientes laborales y recreativos, en las juntas de vecinos y comunidades cristianas.
Tenemos que agradecer el buen espíritu que anima a quienes vivimos en estas hermosas tierras del sur. Si hermosas son por sus paisajes, mucho más lo son por su gente. Es tarea de todos mantenernos unidos en tantos puntos de encuentro, como son la pertenencia a una misma tierra, la herencia de una misma historia y la misma fe en Cristo. No caigamos en la tentación de vernos como enemigos, sino que sigamos trabajando mano a mano por un futuro de paz y entendimiento.