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Reflexión de Mons. Stegmeier: “Sin Dios no hay solución”

Hermanos en Jesucristo:

 

Las autoridades y los medios no dejan de informar del alarmante aumento de la delincuencia y de los homicidios en Chile. Se procuran distintas alternativas de solución a la inseguridad que tanto preocupa a la ciudadanía.

 

Hay que apoyar las iniciativas que van en la línea de establecer las condiciones para que recuperemos la confianza mutua y podamos vivir con la sensación de estar seguros en nuestros hogares y en los espacios públicos.

 

Sin embargo, hay tres requisitos indispensables para el éxito a largo plazo de la superación de la delincuencia y del restablecimiento de una sana convivencia social: 1. familias constituidas según el designio de Dios en la creación; 2. educación de niños y jóvenes basada en la verdad de la persona humana; y 3. el reconocimiento de Dios como origen, sustento y razón de ser de cada hombre y mujer y de la entera sociedad.

 

Vemos que, de un tiempo a esta parte, la familia y la educación están en una profunda y grave crisis. Y la causa última de esto es la explícita exclusión de Dios de la vida social en todos sus ámbitos. Dios es el Creador de todas las cosas, comunicándoles ser, verdad, bondad, belleza y unidad. La persona humana, dotada por Dios de inteligencia y libre voluntad, está llamada a realizarse y a ser feliz  -individual y socialmente-  en el progresivo desarrollo de todas las potencialidades de su ser, para el propio bien y el de los demás.

 

El referente imprescindible para conocer la verdad y el bien del hombre es Dios, su Creador y su Modelo, pues ha sido creado a su imagen y semejanza. Si falta esta esencial referencia, la persona ya no es capaz de conocer su verdad más profunda y el porqué de su existencia. Se desorienta y confunde. Ya no puede tener certezas respecto al sentido último de su actuar moral y no es capaz de distinguir entre el bien y el mal. Más aún, si no hay Dios, la persona se auto constituye en el árbitro de la moralidad: todo está permitido. Pero en la práctica –si Dios no existe- el más débil termina siendo sometido al arbitrio del más fuerte, sea este una persona, una institución o un Estado.

 

La no consideración de la ley moral inscrita en el corazón de toda persona, lleva a injusticias sociales y atropellos de la dignidad humana, generándose una espiral de violencia. El reconocimiento de un orden moral objetivo y absoluto originado de Dios e inscrito en el ser del hombre es condición para el respeto de la dignidad humana de parte de todos, incluyendo a los que hoy delinquen.