Hermanos en Jesucristo:
El Papa Francisco nos escribió a los católicos de Chile una carta invitándonos a involucrarnos en una Iglesia “que sabe poner a Jesús en el centro”. Por eso renueva la llamada a ponernos en estado de oración, pues “sabemos que la oración nunca es en vano y que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce fruto”.
El Papa pide que los fieles, que están ungidos con la gracia del Espíritu Santo, participen de las transformaciones necesarias a las que “el Espíritu Santo nos impulsa”, a fin de “generar una sociedad donde la cultura del abuso no encuentre espacio para perpetuarse”, sino en la que prevalezca un eficaz cuidado y protección de los más débiles.
De muchos modos se puede abusar del débil y desprotegido. Para evitar esto, se “exige trabajar entre todos para generar una cultura del cuidado que impregne nuestras formas de relacionarnos…, de vivir la autoridad… y nuestra relación con el poder y el dinero”. Esto exige una conversión personal, comunitaria y social. Es decir, todos estamos llamados a colaborar en configurar una cultura en la que nunca más se pueda dar un sistema abusivo y encubridor.
En este sentido, el Papa insiste en la responsabilidad que le compete a los centros de formación educativa formal y no formal, los centros sanitarios, los institutos de formación y las universidades de promover una nueva mentalidad que favorezca ambientes en los que las personas se relacionen sanamente, en libertad y transparencia, y en el respeto de la dignidad de todos, especialmente de los más débiles y vulnerables.
En relación a los fieles, el Papa nos pide “aprender de la piedad popular”, pues “es aprender a entablar un nuevo tipo de relación, de escucha y de espiritualidad que exige mucho respeto y no se presta a lecturas rápidas y simplistas, pues la piedad popular refleja una sed de Dios que solamente los pobres y los sencillos pueden conocer”.
Hay que reconocer, para ser justos, que hay “muchos fieles laicos, consagrados, consagradas, sacerdotes, obispos que dan la vida por amor en las zonas más recónditas de la querida tierra chilena”. Aunque estas personas permanezcan en el anonimato, su ejemplo nos hace “reconocer la fuerza actuante y operante del Espíritu en tantas vidas”.
Todo lo que estamos viviendo en la Iglesia en Chile tiene que llevarnos a un proceso de conversión y transformación, pues “una Iglesia con llagas no se pone en el centro, no se cree perfecta, no busca encubrir y disimular su mal, sino que pone allí al único que puede sanar las heridas y tiene un nombre: Jesucristo”.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica