Hermanos en Jesucristo:
Llenos de gozo y esperanza en el Señor Jesucristo, celebramos el sábado recién pasado la ordenación sacerdotal de nuestros tres hermanos Cristian Rivera, Daniel Rojas y Erwin Sanhueza.
El Santo Pueblo fiel de Dios, que se alegra indeciblemente con las cosas santas del Señor, acudió en tal número que la Catedral se hizo chica. Es la asamblea de fieles que puede decir como la Virgen María: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” (Lc 1, 46-47). En medio de las dificultades y del dolor, aun cuando la misma Iglesia sufra el pecado en sus miembros consagrados, el Pueblo de Dios permanece fiel, porque sabe por la fe, en su pobreza y humildad, que la salvación sólo puede venir del Señor y porque ha puesto sus esperanzas en las promesas de Dios. Por eso, también de este Pueblo se puede decir lo que Santa Isabel le dice a la Virgen María: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1,45).
Es el Señor, en su providencia sabia, justa y amorosa, quien conduce la historia, determina los tiempos de su intervención y elige a las personas según su benévolo designio. Para quienes creemos y esperamos en el Señor, esta es la mejor época para ordenarse sacerdote. Es un momento histórico privilegiado para el anuncio de Jesucristo como único Salvador de la humanidad, como el Señor de la historia, como la vida de cada persona y como el centro de la Iglesia.
La Palabra de Dios nos habla de que el Señor es el grande. En su presencia somos todos pequeños y sin Él somos nada y nada podemos hacer (ver Jn 15,4-5). Estamos viviendo una realidad que nos hace experimentar nuestra pequeñez, nuestra insuficiencia, nuestra debilidad y nuestro pecado. Pero también es el tiempo del poder de Dios. Es el tiempo de la esperanza. Dios elige lo pequeño, lo que no vale para llevar adelante su plan de salvación (ver 1 Cor 1,26-31).
En efecto, “sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio” (Rm 8,28). Es el Señor quien elige a quien quiere para ser sacerdote, para mostrar que el Evangelio “es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree” (Rm 1,16), fuerza que él mismo experimentará en su vida y verá cómo por su medio Jesús “salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21).
Todo joven debe preguntarle al Señor cuál es su voluntad para su propia vida. En la oración tiene que escuchar la voz de Dios, pues sólo lo que Él quiere es nuestro bien y nuestra felicidad. Quien es llamado para ser sacerdote, si es fiel a Jesucristo, será feliz para siempre.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica