Hermanos en Jesucristo:
Todos esperamos que las cosas mejoren. Anhelamos plenitud de vida personal, familiar y social. Ese futuro lo soñamos y decimos cómo queremos que sea. Aspiramos a un mundo de justicia y paz, de seguridad y confianza, de fraternidad. Y tantas otras cosas. Es todo aquello que de un modo u otro se expresa en las demandas sociales.
Los hombres somos capaces de proyectarnos hacia el futuro con la esperanza de que lo mejor está por venir, porque en el fondo del corazón percibimos que todo tiene una razón de ser, que hay una meta a la que nos dirigimos, que en parte depende de nosotros y en parte no. Pero experimentamos tantas veces la frustración, sobre todo porque vemos la incapacidad de ser feliz yo, mi familia y mi ambiente social.
Sin embargo, es verdad que un mundo mejor es posible porque ha nacido nuestra esperanza. Jesucristo ha venido para reorientar nuestra vida y la del mundo. El pecado y su fruto -que es la lejanía de Dios- nos desorientó y levantó un muro que nos impide acércanos a Dios y a los hermanos. Cristo es el Camino que nos conduce al Padre. Es la Verdad y la Luz que nos ilumina y nos saca de las tinieblas del error. Es la Vida que nos devuelve la vida de hijos de Dios, perdida a causa del pecado.
El tiempo de Navidad trae consigo la gracia de renovar en el ahora y en el aquí de la Iglesia y de cada creyente lo acontecido en Belén hace más de dos mil años. El mismo misterio contemplado en Belén por María y José, los pastores y los Reyes Magos es el que contemplaremos por la fe en la celebración del Nacimiento del Niño – Jesús.
En Navidad nace “Cristo Jesús nuestra esperanza” (1 Tm 1,1). En Cristo ahora sí la esperanza no defraudará. Las promesas del Señor se cumplirán con toda certeza. Todas las promesas alcanzarán su plenitud cuando Cristo vuelva por segunda vez. Habrá “un cielo nuevo y una tierra nueva… Y el Señor enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Ap 21,1.4).
Pero los bienes mesiánicos que nos ha traído Jesús, como son la verdad, el bien, la justicia, la paz, la fraternidad son para vivirlos también ya en este mundo y en nuestra historia. Cristo nos lo asegura: “Les he dicho esto, para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría sea colmado” (Jn 15,11) y “les dejo la paz, mi paz les doy” (Jn 14,27).
Para que estas promesas se cumplan en nosotros hay que creer que ese débil “Niño acostado en el pesebre” (Lc 2,16) es el “Salvador, que es el Cristo Señor” (Lc 2,11). Por la fe hemos de ver a este Niño como la Esperanza, porque es el único que puede llevar a plenitud las ansias más profundas del corazón de cada uno de nosotros.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica