Hermanos en Jesucristo:
Vivimos para la eternidad. Decía San Alberto Hurtado que cada persona es un “disparo de Dios hacia el Cielo”. También la vida social y la misma historia son orientadas por Dios hacia una meta final, que será la plena comunión de los Santos, la Iglesia celestial. “Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él «Dios – con – ellos», será su Dios” (Ap 21,3-4).
Entre nuestro ahora y la meta final está nuestro caminar del día a día. Cada día tiene su afán, con sus desafíos y sus riesgos. Es la experiencia de estos últimos tiempos. Hemos vivido dos años desconcertantes. Los iniciamos con algunas expectativas y ciertas seguridades, pero todo cambió. Primero con el estallido social y luego con la pandemia. Esto nos muestra cuán precarias son nuestras seguridades humanas y cuán incierto es el futuro.
Estas vivencias “negativas” tienen que llevarnos a elevar nuestra mirada hacia lo alto y dirigirla hacia adelante. Miremos al Señor que tiene siempre en sus manos todos los acontecimientos, pues “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio” (Rm 8,28).
Miremos con esperanza hacia el futuro, confiando en la bondad de Dios y dándonos cuenta de que todo tiene un sentido, aunque ahora no seamos capaces de ver cuál pueda ser.
El año 2021 se nos asoma problemático, con muchas decisiones y sin saber qué dirección tomarán los acontecimientos. Como van las cosas, pareciera que la situación social empeorará. No se trata de ser pesimista, sino de ser lúcido en la comprensión de la realidad. Es una pésima señal la aprobación en general del proyecto de ley de la eutanasia.
La pregunta es qué quiere el Señor de todo lo que está pasando, por qué lo permite y cómo puedo yo aportar a la solución de las dificultades, evitando toda preocupación angustiosa, agresiva o amargada. Lo que quiere el Señor de cada uno de los cristianos es que crezcamos en las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, que tengamos una vinculación cada vez más íntima e intensa con Él con la oración, la escucha de su Palabra y la celebración de los Sacramentos. Él quiere que vivamos en su paz y alegría. Que seamos pacientes y perdonemos siempre.
Desde la alianza de amor con la voluntad del Señor se recibe la lucidez humilde para saber qué debo hacer yo para que las cosas cambien para mejor en mí, en mi familia, en mi trabajo… Y cuando parece que no hay nada que hacer, entonces claramente es que Dios nos está pidiendo orar: “Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá” (Mt 7,7).
Que este Año Nuevo sea de confiar en el amor del Señor.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica