«Hermanos en Jesucristo:
Se aproxima la celebración del misterio de la natividad de Jesús en Belén, nacido de la Virgen María y bajo la protección paternal de San José. Nuestra fe cristiana se alimenta y se fortalece con la escucha de la Palabra de Dios y con la contemplación orante de los acontecimientos de salvación obrados por el Señor en la historia. Es necesario contemplar a Jesucristo en los Evangelios, pues todo lo que está escrito en ellos es «para que crean que Jesús es Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre» (Jn 20,31).
„Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: «Quien me ve a mi, ve al Padre» (Jn 14,9), y el Padre: «Este es mi Hijo amado; escúchenle» (Lc 9,35). Nuestro Señor, al haberse hecho hombre para cumplir la voluntad del Padre, nos «manifestó el amor que nos tiene» (ver 1 Jn 4,9) incluso con los rasgos más sencillos de sus misterios“ (Catecismo de la Iglesia Católica 516).
Vivimos en un tiempo lleno de estímulos sensoriales que constantemente nos distraen de las cosas más importantes y, poco a poco, insensiblemente, de una u otra manera, nos vamos deshumanizando y deshumanizamos nuestra vida comunitaria. Navidad nos ayuda a volver sobre la verdad de nosotros mismos, sobre nuestra dependencia de Dios creador y nuestra necesidad de redención. La contemplación del Niño – Dios envuelto en pañales y recostado en un pesebre nos revela el misterio de cada uno de nosotros.
Esto es así, porque “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (Concilio Vaticano II). En estos días detengámonos en el silencio contemplativo, miremos a Jesús con los ojos de la fe y dejémonos iluminar por Él. A la luz de las palabras y del ejemplo de Cristo revisemos nuestra vida.
Ciertamente que al confrontar nuestra vida con la de Jesús nacido en Belén descubrimos cuán lejos estamos de vivir como Él. Pero esta constatación, que solo es posible por la fe, si se hace con la esperanza puesta en quien nació para salvarnos, se vuelve fuente de gracia que suscita en nosotros responder con amor al amor manifestado en Cristo.
No olvidemos que tan poderoso es el Señor que puede y quiere llevarnos a vivir según nuestra condición de hijos de Dios: «Sean, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivan en el amor como Cristo los amó” (Ef 5,1-2).
+Francisco Javier Stegmeier Sch.
Obispo de Villarrica