Hermanos en Jesucristo:
El 25 de marzo iniciaremos la Semana Santa con el Domingo de Ramos. El Señor Jesucristo entró a Jerusalén como rey humilde cabalgando en un burrito. Las personas lo aclaman como el Mesías prometido porque lo han visto hacer milagros, sobre todo les admira la resurrección de Lázaro acaecida sólo días antes. Muchas explicaciones pueden darse del cambio de actitud de la gente que pasó de aclamar al Señor a condenarlo a muerte. Pero en el fondo este cambio tan radical tiene su origen en el corazón del hombre, inclinado al mal, oscurecido por la ignorancia y sujeto a los vaivenes de las pasiones y la presión social.
Con su entrada triunfal en Jerusalén, Cristo hace ver que es Rey y Mesías. Por eso Jesús acepta que lo aclamen, diciéndole: “¡Hosanna al Hijo de David!” (Mt 21,9). Y cuando los fariseos le dicen que no permita que lo proclamen como Mesías, responde: “Les digo que si éstos callan gritarán las piedras” (Lc 19,40). Sin embargo, no es un Rey al estilo mundano. En efecto, Jesús le dirá después a Pilato: “Si, como dices, soy Rey. Para esto he nacido Yo y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18,37).
Nosotros con nuestros ramos también aclamaremos a Cristo del mismo modo que los judíos. Al igual que ellos, cada uno de nosotros en lo secreto de su conciencia sabe cómo está su corazón respecto al Señor. El signo externo de aclamarlo públicamente debe expresar nuestra fe en Él y el anhelo de serle fiel. No cualquiera se atreve hoy a salir a la calle para manifestar que es cristiano y miembro de la Iglesia Católica. Nuestros ramos elevados a lo alto y nuestros cantos aclamando a Cristo como Rey son como un estandarte simbólico en medio de la ciudad en nuestra convicción de que Él debe reinar también “en nuestras leyes, en las escuelas y en el hogar”.
Que no nos pase como a los judíos, que están con Jesús el Domingo de Ramos, pero lo abandonan durante la Pasión. Acompañémoslo el Jueves Santo en la celebración de la Última Cena y el Viernes en el misterio de su Cruz. De esta manera podremos participar con Cristo de su gloriosa Resurrección en la Vigilia Pascual.
Cada año, los ramos sostenidos por nuestras manos y bendecidos al inicio de la Misa nos recuerdan nuestra condiciones de hijos de Dios nacidos de nuevo del agua y del Espíritu Santo, injertados en Cristo como miembros vivos y partícipes de su Cuerpo, la Iglesia. El ramo bendito conservado con tanto respeto en la casa seguirá siendo a lo largo del año un testimonio de fe y una permanente invitación a participar en Misa todos los domingos.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica