Hermanos en Jesucristo:
Jesucristo después de su muerte en la Cruz se hace presente resucitado en medio de sus discípulos. Nos dice el Evangelio del domingo de la Divina Misericordia que el Señor dijo: “La paz con ustedes” (Lc 24,36). Esta es la paz que sólo Cristo puede dar, según Él advirtió: “La paz les dejo, mi paz les doy; yo no se la doy a ustedes como la da el mundo” (Jn 14,27). Cristo es el único que puede dar la paz definitiva ya que con su muerte y resurrección reconcilió definitivamente a la humanidad con Dios. Así alcanzó la reconciliación del hombre consigo mismo y con los demás.
Los apóstoles, estupefactos, tienen que rendirse ante la evidencia de que es verdad que a Aquel mismo ha quien vieron ultrajado, crucificado, muerto y sepultado ahora se presenta vivo. A Él lo ven, lo escuchan y tocan incluso sus llagas. Ante la realidad de la presencia resucitado de Cristo, el corazón de los apóstoles se llena de inmensa alegría. Ellos pueden decir: “La paz del Señor está con nosotros, porque Él está con nosotros”.
Cristo quiere que esta alegría de su resurrección llegue a todos los lugares, a todas las personas y a todos los tiempos. Por eso encomienda a sus discípulos la misión de anunciar su salvación: “El Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos comenzando por Jerusalén” (Lc 24, 46-48). ¿Cómo es posible que tal misión pueda ser encomendada a unos hombres cobardes, encerrados por temor a los judíos, y que sólo hace pocos días negaron y abandonaron a Jesucristo?
La respuesta es que tal misión no se cumplirá con las fuerzas humanas sino que con el poder del Espíritu Santo. En efecto, así continúan las palabras del Señor: “Miren, Yo voy a enviar sobre ustedes la Promesa de mi Padre”, el Espíritu Santo (Lc 24,49). De esta manera, Cristo una vez ascendido a los cielos sigue estando con nosotros en su Iglesia por medio de la predicación de su Palabra, la celebración de los sacramentos y el testimonio cristiano.
El anuncio de la Resurrección del Señor y de su presencia especialmente en el sacramento de la Eucaristía suscita la esperanza en la misericordia divina que va más allá de nuestras débiles e ineficaces fuerzas humanas y que vence todo mal y pecado. Quien se acerca al amor del Corazón misericordioso de Cristo podrá recibir de Él la paz y la alegría, según la bienaventuranza prometida por el Señor: “Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20, 29). En este tiempo de Pascua estamos llamados a renovar nuestra fe en la presencia de Cristo resucitado y a encontrarnos con Él en la Misa dominical.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica