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En Navidad miremos al cielo abierto y contemplemos la gloria de Dios (reflexión litúrgica – espiritual)

by Comunicaciones Diócesis de Villarrica
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(Por Sebastián Molina Carrasco – texto publicado en subsidio de Conali – 2012)

Dentro de la octava de Navidad celebramos las fiestas de la Sagrada Familia de Jesús, María y José; de san Esteban, primer mártir de Cristo; de san Juan, apóstol y evangelista; y de los Santos Inocentes; junto a la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Estas celebraciones no son un elemento distractor de la gran solemnidad de la Navidad, al contrario, vienen a reforzar el misterio de la encarnación de Dios, que se hizo hombre para manifestarnos su amor y salvarnos del pecado y de la muerte.

La solemnidad de la Epifanía es uno de las conmemoraciones de gran importancia dentro del tiempo de Navidad que reflejan la universalidad de la encarnación.

La fiesta de la Sagrada Familia y la solemnidad de Santa María, Madre de Dios: “El Dios Encarnado se inserta en la historia y María lo recibe con un corazón libre y abierto a la adoración y a la obediencia”:

Con naturalidad participamos de estas festividades, muchas veces, sin detenernos a tomarle el peso a lo que celebramos y profesamos en la liturgia de estos días. Lamentablemente la solemnidad de Santa María pasa casi desapercibida, pues el 1° de enero, todos celebramos el “Año nuevo”.

En estas dos fiestas percibimos los detalles “técnicos” del misterio de la encarnación. El Espíritu Santo engendró en María Santísima al Hijo, y durante nueves meses lo llevó en su vientre, y en la plenitud de los tiempos, dio a luz de sus entrañas virginales a Jesús, el Rey de Reyes, el Mesías esperado, el Dios con nosotros. Cristo Jesús no nació de forma automática, caído del cielo, o traído por unos ángeles, sino que nació de una mujer (Gal 4, 4) y fue criado en una familia, formada por su Madre y su padre adoptivo, San José. La Sagrada Familia es modelo de vida, escuela de virtudes y cuna de amor, imagen y modelo de las familias cristianas, que en el caminar diario, deben volver sus ojos al Señor, para encontrar en Él la felicidad, la paz, la unidad y la caridad fraterna. Una forma de cultivar estas virtudes es fomentando la vida litúrgica en el hogar, pidiéndole al Señor que toque los corazones y como familia puedan  acercarse con plena confianza al Padre, creyendo en su Hijo Jesucristo y amándose los unos a los otros. Algunos momentos de oración que se pueden realizar son: La bendición de la mesa antes de las comidas, la oración familiar antes de acostarse en torno al pesebre, en estas fechas; la lectura orante de la Palabra de Dios, la oración del Santo Rosario y el rezo de las horas, por ejemplo, de las Vísperas. Es fundamental recuperar los espacios de oración familiar, preocupándonos como Jesús de los asuntos del Padre (Cfr. Lc 2, 49) y orando: “Padre, Señor, concede una mesa y un hogar, amor para trabajar, padres a quienes querer y una sonrisa que dar” (Cfr. Himno de laudes, fiesta de la Sagrada Familia).

En nuestras comunidades este día, podríamos incentivar la bendición de las familias, de los niños y de fotos familiares, como signo de bendición para el hogar y la familia. Además, en el presbiterio se podría poner la imagen de la Sagrada Familia o destacar la presencia de las imágenes de Jesús, María y José en el pesebre.

Con respecto a la importante solemnidad de Santa María, Madre de Dios, creo que es necesario divulgar la importancia de lo conmemorado, manifestando que en este día celebramos que María es Madre de Dios, porque Jesús es verdadero Dios.

Con nuestra fe, con nuestros labios y nuestra mente, proclamamos que la Madre ha dado a luz al Rey, cuyo nombre es eterno y la que lo ha engendrado tiene, al mismo tiempo, el gozo de la maternidad y la gloria de la virginidad (Antífona 3 de laudes de la solemnidad de Santa María, Madre de Dios).

Este día, favorecer en las Misas y en los hogares el rezo del Ángelus, como síntesis del misterio de la encarnación.

Las fiestas de San Esteban, protomártir; de San Juan, apóstol y evangelista y de los Santos Inocentes: Anticipo litúrgico del misterio pascual y testimonio de la vida cristiana:

 Estas fiestas nos presentan a dos hermanos que contemplaron la gloria de Dios, la proclamaron y entregaron su vida por el anuncio de la Buena Nueva, uno derramando su sangre y el otro, derramando sus palabras por el mundo, dando a conocer el misterio del Verbo de Dios hecho carne. La fiesta de los Santos Inocentes, nos muestra a un grupo de niños que murieron de forma inocente, por el hecho de compartir un período de vida similar al del Salvador.

San Esteban nos ejemplifica la actitud del cristiano en este tiempo de Navidad, abrir nuestros sentidos a la gloria de Dios presente en el Niño Dios, reconocer que el cielo se ha abierto y Dios se ha hecho hombre, trayéndonos la Luz que viene de lo alto, para traer la paz, el perdón y el amor. El cristiano peregrina en la tierra con los ojos fijos en el Señor, que nació, murió y resucitó por amor a toda la humanidad, para justificarnos y salvarnos. Debe reflejar la luz de Cristo, ser como la estrella de belén, que anuncia y da testimonio de la presencia de Dios en el mundo: “Que brille tu rostro sobre tu servidor, sálvanos por tu misericordia” (Sal 30, 17).

San Juan, apóstol y evangelista nos invita a la contemplación del Hijo de Dios y al don de la fe. Pues él tuvo una experiencia empírica (con sus sentidos) de la Palabra Encarnada, lo ha visto, oído, contemplado y tocado. Nos reveló el misterio del Verbo hecho carne, y le pedimos a Dios que nos conceda comprender con claridad lo que Juan enseñó tan admirablemente (Cfr. oración colecta de la fiesta de san Juan). Este día en el presbiterio se puede entronizar la Palabra de Dios en un lugar de honor, para destacar la encarnación del Verbo, y resaltar la Biblia como lugar de comunión entre Dios y los hombres.

La festividad de los Santos Inocentes une la cruz al pesebre de Belén, el misterio de la cruz presente en el misterio de la encarnación. Así como estos niños han sido asesinados por Cristo, Él, también, derramará inocentemente su sangre por nosotros. Es una fecha para reflexionar sobre el caminar cristiano en el dolor, en la comunión unos con otros, y en la fe en el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Cfr. 1 Jn 1, 5-7). Estos niños llevaron la palma del martirio y nos invitan a vivir en continua entrega al Señor Jesús, gloria del hombre viviente.

Una práctica que se ha venido realizando en algunas comunidades es la oración por los niños que son abortados, por aquellos que sufren violencia, explotación, maltrato. Es bueno tenerlos presente en la Misa, especialmente en la oración de los fieles.

Vueltos hacia el Señor, la Epifanía nos lleva a contemplar la luz gloriosa del Señor:

Una de las estrofas del himno de vísperas de la Epifanía nos invita a parar frente a Jesús, quien es la Luz que luz a los cielos da. En esta solemnidad contemplamos la gloria del Hijo, que ha sido manifestado a todos los pueblos. Los reyes magos que llegan al pesebre con las ofrendas de oro, incienso y mirra, representan a los pueblos del mundo, para quienes Cristo ha venido a manifestarse con signos y prodigios. Que esos dones entregados por los reyes, nos inviten a ofrecernos como dones vivos al Señor Jesús, cultivando la adoración en la contemplación y en la acción.

Jesús, nuestro Señor, ha venido a revelarse a todos, nosotros, debemos abrirnos a Cristo, dejar que entre en nuestras vidas y anunciarlo con nuestro testimonio de vida.

La liturgia de este día debe ser festiva, con cantos alegres, que inviten a la adoración, resaltando la participación activa de los fieles. En la oración universal, sería bueno orar por la paz en el mundo y en nuestro país, ya que, el 1° de enero, la jornada de oración por la paz, pasa desapercibida; destacando que Cristo viene a manifestarse a todos los pueblos, para que todos tengan vida en Él. En el momento de la presentación de las ofrendas se podría realizar una procesión con diversos dones. Y al finalizar la Eucaristía, una adoración al Santísimo.

 

El cristiano, orando y adorando, glorifica a Jesús, Dios con nosotros:

Navidad es un tiempo propicio para la oración y la adoración, después del ajetreado fin de año, detengámonos en comunidad frente al Señor Jesús, quien se encarnó y se inserta en la historia. No perdamos el tiempo en preocuparnos de superficialidades, de regalar por cumplir; incluso en nuestras mismas comunidades, muchas veces, buscamos hacer shows, cosas extraordinarias, y no hay nada mejor que una liturgia bien celebrada, que incentive la participación activa, consciente y fructífera del Cuerpo Místico de Cristo, dando espacio a los símbolos, a las palabras profundas, con momentos de silencio, de cantos, con subsidios que ayuden a comprender el gran sentido de la encarnación. Para que juntos, sigamos glorificando al Sol que nace de lo alto, al Verbo de Dios que se hizo hombre y habitó entre nosotros (cfr. Oración del Angelus).

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