
Mosaico de la Anunciación y Encarnación – SCV
8 de diciembre de 2019, Gruta de Lourdes de Villarrica
Cuando el ángel le dice a María “alégrate” es porque efectivamente la Virgen siempre en su corazón experimentaba una alegría inmensa, incomparable, porque en él habitaba el Señor. Es la alegría de la comunión con Dios, es la alegría de la gracia.
En el inicio, cuando Dios crea a Adán y Eva, la situación en la cual ellos viven se llama “paraíso”, no solamente porque habrá sido un lugar hermosísimo, sino sobre todo porque el paraíso era el corazón del primer hombre y la primera mujer. Es el paraíso de la alegría, de la paz, de estar en comunión con Dios, porque en el corazón de Adán y Eva habitaba el Señor y sus corazones estaban siempre llenos de la gracia.
Por eso, la comunión con Dios era también comunión con los demás, con toda la creación. Sin embargo, ese paraíso de comunión de amor y gracia se convierte en un “infierno”, digámoslo así, porque Adán y Eva cortan la comunión con Dios. Desobedecen a su Padre, a su Creador, pecan contra el amor del Señor. Y en ese instante no es el mundo el que se convierte en un infierno, sino que especialmente el corazón de Adán y Eva.
Desde entonces, entra todo lo que nos hace daño: el egoísmo, la soberbia, la envidia, la codicia, la lujuria, el odio, la violencia, la división, y todo lo que vemos que nos afecta tanto hoy día, por ejemplo en nuestra patria. Como dijo san Pablo “por el pecado, entró la muerte” (Rm 5,12). La muerte acá no es solamente física, es sobre todo la muerte eterna, es la condenación.
Sin embargo, en el amor infinito que Dios nos tiene podemos ver que Él nos promete una salvación y que alguien vendrá a aplastar la cabeza del demonio, quien incitó a Eva y Adán a ofender el amor del Señor y quien transformó ese paraíso en un infierno donde ya no habita el amor.
Hoy, María Santísima nos hace ver que esto es así. ¿Por qué la Virgen María se alegra inmensamente? Porque su corazón es un paraíso. En su Inmaculado Corazón habita el Señor, está lleno de gracia porque está Dios con ella. Su corazón es un paraíso porque está pleno del amor, de la alegría y de la paz.
Constantemente la Palabra de Dios nos habla de María como la que es “feliz”. Cuando va donde su parienta Santa Isabel, ella le dice a María: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1, 45). Luego, la Virgen Santísima exultará: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador”, ¿y por qué? “Porque el Señor ha mirado la humillación de su esclava”, es el Señor quien “ha hecho en mí grandes obras” (Lc 46-55).
La Virgen María, precisamente porque está llena de gracia desde su concepción, nunca conoció el pecado. Fue concebida sin pecado original y toda su vida siempre vivió en la gracia. Nunca en María hubo ningún pecado, ni el más leve, ninguna imperfección que pudiese ofender el amor del Señor. En la Virgen María todo era puro: su pensamiento, su mirada, su palabra, sus acciones, todo siempre en perfecta obediencia al Señor por amor. Por eso ella se llama a sí misma la “esclava”. Si Eva quiso ser esclava del demonio, ustedes ven las consecuencias que trajo eso. Pues, María quiso ser la esclava del Señor, es decir, siempre obediente, porque el Señor es aquel que le daba a María todo el sentido de su existencia.
Los que estamos acá hemos sido concebidos con pecado original, también hemos experimentado en nuestra vida el pecado personal, por eso no somos inmaculados. Nuestro pensamiento muchas veces ofende el amor del Señor, nuestras palabras también, nuestras miradas, nuestro cuerpo, nuestras acciones, es decir, todos los días reconocemos que efectivamente en nosotros está la marca del pecado.
Hoy estamos acá porque reconocemos que somos pecadores, que muchas veces hemos sido esclavos del demonio y hemos cedido a su tentación. Sin embargo, al mismo tiempo estamos acá porque confiamos en el amor del Señor y sabemos que Él puede hacer en nosotros grandes maravillas, como las hizo en María. Ya lo decía San Pablo que por ser hijos de Dios estamos llamados a ser “santos e inmaculados en su presencia por el amor” (Ef 1,4). Cada uno de nosotros, pecadores, manchados por el pecado, estamos llamados a ser santos e inmaculados como la Virgen María, y ¿por qué es posible esto? porque Dios nos ama y es todopoderoso.
También la Virgen María nos muestra hoy que ella cree. ¡Qué importante es que creamos de verdad que el Señor quiere hacer en nosotros grandes maravillas! María, queriendo ser siempre virgen, ve que Dios la llama para ser madre. Cuando el ángel le dice “tú serás la Madre del salvador”, María Santísima experimentó una inmensa alegría al saberse elegida para tal misión. Y sin embargo, ella tiene una objeción y pregunta “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón” (Lc 1,34). Recordemos que entre los judíos, como es todavía hoy, ellos se casan y después de un tiempo empiezan a convivir. Pueden pasar semanas, meses, incluso años, hasta que ya ellos se juntan y viven en su vida conyugal. Entonces, María está en su situación de casada con su esposo san José, pero ella es virgen. Volviendo a la inquietud de la Virgen, si uno supiera un poco de griego, sabría que la frase “no conozco varón” quiere decir “yo soy virgen y seguiré siéndolo”. Ella tendría que haber dicho “no tendré”, pero habla en presente porque en griego significa “yo he sido virgen, soy virgen y seguiré siendo virgen”. María quería en su corazón consagrarse siempre al Señor, aun cuando realmente fuese la esposa de su casto esposo san José. Entonces, la Virgen María entiende lo grande que es el Señor, porque ese niño no será fruto de un varón sino del mismo Dios, que vendrá sobre ella el Espíritu Santo y que por su poder será la madre del Salvador. Ella entiende “voy a ser siempre virgen como quiero serlo y también seré la Madre del Salvador”.
Nuevamente, si supiéramos un poco de griego sabríamos que ese “hágase” (Lc 1, 38) de la Virgen María es exultante, es gozoso, es la expresión de la alegría del corazón de saberse tan amada por el Señor y que ella será la Madre del Salvador. ¿Por qué la Virgen María es tan feliz? Justamente porque obedece siempre a Dios y su voluntad, porque es la “esclava del Señor”. Y eso es lo que la Palabra nos dice hoy a nosotros: que hemos de creer que es verdad que el Señor nos hace felices, que si pecamos es imposible ser feliz, que si alejarnos del Señor nos conduce a la muerte, a la esclavitud del pecado, del demonio, a la condenación, que solo es posible ser felices si nos acercamos al Señor, si vivimos en su gracia, en comunión de amor con Él.
Cristo nos da una promesa, nos dice que Él nos da una alegría que nadie podrá quitarnos, ¡nadie! María cree eso, por eso aún cuando está con su hijo en la Cruz, mirando a aquél que es el amor, y la vida, viendo cómo lo han maltratado y que está muriendo por salvar al mundo entero, María sufre mucho pero en lo más profundo del corazón todavía vive la alegría del Señor, porque nadie, puede quitar la alegría de Dios, ¡nadie! Si lo hace Jesucristo respecto a nosotros, ¿cuánto más respecto a la Virgen Santísima? Creamos que esto es así, creamos que es verdad, verán que cuando uno cree es muy feliz: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”.
Y esto que estamos diciendo hoy para cada uno de nosotros, también digámoslo para nuestras familias y para nuestra patria. ¿Por qué hoy día en nuestra patria estamos sufriendo tanto? ¿Por qué hay tanto dolor, injusticia, violencia, saqueos, delincuencia? ¿Por qué razón esa agresividad? Sencillamente porque el pecado está actuando y uno es esclavo del demonio, del pecado. Cuando nosotros seamos esclavos del Señor, nuestra patria será entonces un lugar de paz, de fraternidad, alegría, amor, donde habrá realmente justicia.
Por eso, hoy queremos consagrar Chile al Inmaculado Corazón de la Virgen Santísima, para que por María Chile se convierta a Jesucristo. Que Cristo sea el que reine y que Chile sea el reino de Jesucristo, de modo que en ese reino tengamos paz, alegría, gozo, santidad, justicia, vida, en fin, ese reino que nunca pasará. Así, siendo hijos de Dios, amantes de este buen Padre que nos ama, tengamos en nosotros la paz que Él promete.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica