Hermanos en Jesucristo:
Celebramos hoy el martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, acaecido en Roma en el año 68, en tiempos del emperador Nerón.
Los dos apóstoles fueron llamados por Jesucristo, los dos predicaron el Evangelio y los dos compartieron la gracia de ser testigos de la verdad que predicaban derramando su sangre por Cristo.
San Pablo nos resume el sentido de la muerte de un mártir que entrega su vida a causa de Cristo. La sangre del mártir es el testimonio de una vida de fe en Cristo. Es la culminación de la vinculación personal de un cristiano con Cristo, vivo. Por eso San Pablo pudo escribir: “Deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor” (Fil 1,23).
Y San Pablo considera su muerte como consecuencia obvia del seguimiento de Cristo, de quien dice: “Me amó y se entregó por mi”, libremente, aquel “que se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz”.
San Pablo entiende su martirio como una participación de la muerte de Cristo, y como la de Él, un sacrificio: “Ha llegado para mí la hora del sacrificio y se acerca el momento de mi partida. He luchado bien en el combate, he corrido hasta la meta, he perseverado en la fe. Ahora sólo espero la corona merecida, con la que el Señor, justo juez, me premiará en aquel día, y no solamente a mí, sino a todos aquellos que esperan con amor su glorioso advenimiento”.
Y San Pedro escuchó de Jesús resucitado, después de la triple negación y de la triple confesión de amor: “«En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.» Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme.»” (Jn 21,18-19).
San Pedro y San Pablo siguen a Jesucristo. El seguimiento supone, primero, creer en Él: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Y, luego, amar a Jesucristo: “Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas»” (Jn 21,17).
Creer y amar a Jesucristo se traduce en una vida de seguimiento, de entrega, de obediencia, de sumisión a la voluntad de Dios. Es aparentar a las ovejas hasta dar la vida por ellas. ¿Cuándo? Hoy. No habrá martirio mañana, si no sigo hoy y aquí al Señor: “Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24). Si no amo al hermano que está todos los días a mi lado, buscando servirle, no servirme de él.
El hipotético martirio de mañana, tiene como condición que hoy yo ocupe el último lugar, que yo hoy ponga la otra mejilla, que yo hoy viva el mandamiento de la caridad: “La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta” (1 Cor 13,4-7).
No es otro el camino para el cristiano: “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16,25).
Pidamos al Señor la conversión, tal como se la concedió a Pedro y Pablo. Pidámoslo en la oración constante, sin desfallecer. Pidámoslo en cada Eucaristía y en cada comunión.
Les quiero compartir el testimonio de vida de alguien que, creo yo, estaría hoy dispuesto, por amor, a morir por Cristo y a dar la vida por sus hermanos. Me refiero a Monseñor Sixto Parzinger, nuestro obispo emérito. ¿Por qué me refiero a él hoy? Porque con inmensa alegría y gratitud celebramos este 29 de junio los sesenta años de ordenación sacerdotal de nuestro muy querido Don Sixto José Parzinger Foidl. En efecto, como es costumbre entre los capuchinos de Baviera, Alemania, fue ordenado sacerdote en la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo en el año 1960.
Don Sixto, nacido el 21 de diciembre de 1931 y que ya cumplió cincuenta y cinco años en Chile, se hizo presente entre nosotros “con su sencillez capuchina, con su ánimo de paz, con su trato amable” primero en Boroa y luego en Padre Las Casas. El 5 de marzo de 1978 fue consagrado obispo del Vicariato Apostólico de La Araucanía, como sucesor del Siervo de Dios Guillermo Hartl.
Un obispo hizo esta semblanza de don Sixto: “En las Asambleas Plenarias, don Sixto aporta, como su predecesor don Guillermo Hartl, su piedad profunda, su trato fraternal, su carisma franciscano y ese algo inocente y transparente pero inteligente y profundo que ha sido característica de los capuchinos bávaros que durante tantos años evangelizaron el sur de Chile”.
Con ocasión de este aniversario, en nombre de la Diócesis, agradezco al Señor la presencia, el ministerio y el buen testimonio de nuestro querido hermano don Sixto. Mi experiencia es que en todas partes se le recuerda con mucho cariño y todos hablan bien de él. Muchos hemos sido testigos de cómo, espontáneamente, los fieles aplauden cuando lo ven participando en alguna Misa en la Catedral.
Son muy pocas las personas que llegan a cumplir sesenta años de vida activa en cualquier ámbito, ya sea personal, familiar o profesional. A don Sixto, el Señor le ha concedido vida larga, buena salud -más en la ancianidad que en la juventud- y fidelidad en el ministerio del sacerdocio, ejercido de modo ejemplar.
El testimonio de don Sixto tiene que ser un estímulo para quienes somos más jóvenes que él, pero especialmente para los que están comenzando recién a asumir compromisos matrimoniales, familiares, profesionales o religiosos, en este último caso, como acontece en estos días con tres jóvenes recién ordenados para el servicio sacerdotal.
El testimonio que quiero destacar de don Sixto es que con la gracia del Señor se puede ser siempre fiel y muy feliz en la entrega total a Cristo en el sacerdocio y nos enseña que Dios quiere que el proceso del envejecimiento del cuerpo se corresponda con el crecimiento cada vez mayor de la vida espiritual, pues “el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo” (1 Cor 5,17). Así, más que el joven, es el anciano quien se constituye en modelo de vida.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica
Lunes 29 de junio de 2020
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