Lecturas:
- Lectura del primer libro de los Reyes 18, 1-2a. 41-46
- Salmo 84, 9A. 10-14
- Lectura de los Hechos de los Apóstoles 1, 12-14
- Santo Evangelio: San Lucas (1, 42)
Hermanos en Jesucristo:
Hemos escuchado las últimas palabras de la Virgen María consignadas en el Evangelio: “Hagan lo que Jesús les diga” (Jn 2,5).
Estas palabras son el reflejo del alma de María y son también como un testamento, es como el mensaje que Ella nos deja, a nosotros, discípulos de su Hijo, Jesucristo.
Ya desde el primer texto en que María es mencionada en el Nuevo Testamento, descubrimos resplandores que dejan entrever la vida interior de quien es la “llena de gracia” (Lc 1,28) y que justifican plenamente el mensaje que nos entrega hoy, pues Ella nos dice lo que vivió desde el mismo instante de su inmaculada concepción.
En efecto, ser llena de gracia significa la total ausencia de cualquier sombra de pecado, aún la más leve, y significa la plenitud de comunión con la vida divina.
Por eso de María se dice, además, “el Señor está contigo” (Lc 1,28), “has hallado gracia delante de Dios” (Lc 1,30) y “bendita tú entre las mujeres” (Lc 1,42).
Pues bien, si esto es así, si en la Virgen María, porque Dios así lo quiso, nunca hubo ningún pecado e imperfección que ofendiera el amor del Señor y estaba plena de gracia divina en todo su ser, en su alma y cuerpo, entonces todo esto se refleja en su respuesta al Arcángel San Miguel: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).
Y más adelante: El Señor “ha puesto los ojos en la humildad de su esclava” (Lc 1,48).
Es tanto lo que se cumple todo esto en María, es tan verdad el “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38), que “la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14) en el vientre purísimo de la siempre Virgen.
Así se cumple lo dicho por el Ángel a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35).
Isabel es, por inspiración divina, testigo de la fidelidad de María a la Palabra de Dios: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1,45).
Y muchos años después Jesús, pensando en su Madre, dirá: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan” (Lc 11,28).
Contemplando el misterio del Corazón de María a la luz de lo que dice el Evangelio, entendemos desde qué profundidad nos dice: “Hagan lo que Jesús les diga” (Jn 2,5).
Le nace de adentro decirnos esto, porque siempre “María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19).
Siempre miraba todo desde la Palabra de Dios comprendida a la luz de la fe.
También nos ayuda a entender el misterio de la Virgen María en relación al misterio de Cristo, lo que San Lucas señala después de que Jesús, a los doce años, se quedara por tres días en el templo de Jerusalén: Jesús “bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón” (Lc 2,51).
Por un lado, se vuelve a destacar la permanente actitud contemplativa de María.
Todo lo de Jesús, desde la anunciación, lo guarda en el corazón, lo medita, lo hace oración y lo hace vida.
Si San Pablo pude decir de sí: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20) y “sean mis imitadores, como lo soy de Cristo” (1 Cor 11,1), con todo lo dicho, cuánto más lo puede decir María de sí misma.
Por eso, Jesús vivió sometido, sujeto, obediente a su Madre María y también a San José.
¿Por qué el mismo Señor, autor de la Ley, puede someterse a una criatura? Porque en Ella todo es voluntad de Dios.
Todo lo que Ella piense, quiera, diga, sienta, haga u omita será en perfecta obediencia a Dios.
Porque María es la primera en estar totalmente sometida en obediencia a Dios, puede el Hijo de Dios someterse en obediencia a María, el mismo que luego dirá: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado” (Jn 4,34).
Si escuchamos las palabras de la Virgen María: “Hagan lo que Jesús les diga” (Jn 2,5) y le hacemos caso, veremos que en nuestras vidas se realizará el milagro de las bodas de Caná: nuestra agua insípida se convertirá en vino generoso.
Hacer lo que Jesús nos diga es ponerlo a Él en el centro de la vida personal, familiar, nacional y mundial. Sobre todo es ponerlo de verdad en el centro de la vida eclesial.
Pidamos a la Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile que, por su intercesión ante su Hijo Jesucristo, nos libera de la pandemia que nos aflige.
Pero más aún nos libere de la pandemia del pecado, de la que el coronavirus es solo un pálido reflejo.
La Iglesia está llamada a ser instrumento de sanación en manos de Jesucristo.
Con toda seguridad la conversión a Jesucristo de cada uno de nosotros, de nuestras familias, de la Patria entera y de todo el mundo traerá todos los bienes necesarios para esta vida y para alcanzar la vida eterna.
Termino repitiendo las últimas palabras pronunciadas por el Papa San Juan Pablo en Antofagasta, antes de abandonar Chile, en su memorable visita del año 1987:
“Llenos de la más tierna confianza, como hijos que acuden al corazón de su Madre” confiad en la Santísima Virgen del Carmen, Reina y Patrona de Chile. Ella será vuestra Estrella y vuestro Norte; amparo y seguro consuelo; modelo sublime en el que aprenderéis a imitar a Cristo, Redentor del hombre. Permaneced en su amor. Amén” (San Juan Pablo II, Homilía 6 de abril de 1987).
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica