Lecturas:
- Lectura del libro de los Proverbios 31,10-13.19-20.30-31.
- Salmo 128(127),1-2.3.4-5.
- Lectura de la Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 5,1-6.
- Santo Evangelio: San Mateo 25,14-30.
Video homilía: https://youtu.be/1Q2aweiGCfY
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Hermanos en Jesucristo:
Falta poco para concluir el año litúrgico de la Iglesia y también nos vamos acercando poco a poco al fin del año civil. Estas circunstancias explican que la Palabra de Dios hoy haga referencia ya no al término de un periodo de tiempo, sino al término del tiempo en cuanto tal, a la conclusión de la historia.
La promesa de Jesucristo es que cuando Él venga al final de los tiempos, la figura de este mundo pasará. Nosotros hemos de mirar al señor para comprender lo que significa la espera del cumplimiento de sus promesas.
Ahora bien la Palabra que hoy día hemos escuchado nos ofrece dos perspectivas que iluminan nuestra actitud frente al tiempo.
Es muy importante entender lo que nos enseña la parábola de los talentos. El Señor nos regala dones naturales y dones sobrenaturales. Los dones naturales son los que nos llegan a través de nuestros padres y de la sociedad: la vida, la inteligencia, las oportunidades de estudio y de trabajo. También lo son las cualidades y habilidades.
Nos dice hoy la Palabra que el Señor a cada uno nos pedirá cuenta de cómo hemos rendido estos talentos naturales.
Pero sobre todo el Evangelio quiere hacernos comprender la responsabilidad que tenemos frente a los dones sobrenaturales. El Señor por pura misericordia nos ha dado la gracia de la redención. Hemos sido salvados y rescatados de la muerte, del poder del demonio, del pecado y de la eterna condenación.
Y más aún hemos recibido la gracia de ser hijos de Dios. Como dice San Juan en su carta: “No sólo nos llamamos hijos de Dios, lo somos realmente”. Por tanto el gran talento que nos ha dado el señor es la vida de gracia
Les quiero compartir unas hermosas palabras del testamento espiritual del Papa San Pablo VI que nos pueden ayudar a comprender mejor esto:
“¡Cuántos dones, cuántas cosas hermosas y elevadas, cuánta esperanza he recibido yo en este mundo! Ahora que la jornada llega al crepúsculo y todo termina y se desvanece esta estupenda y dramática escena temporal y terrena, ¿cómo agradecerte, Señor, después del don de la vida natural, el don muy superior de la fe y de la gracia, en el que únicamente se refugia al final mi ser? ¿Cómo celebrar dignamente tu bondad, Señor, porque apenas entrado en este mundo, fui insertado en el mundo inefable de la Iglesia católica?” (Testamento espiritual).
San Pablo VI escribe estos ya en el ocaso de su vida. Mira hacia atrás y ve el tiempo que ha pasado y los talentos que ha recibido. Mira hacia adelante y percibe muy cercana la muerte. Ante esta realidad, escribe:
“Veo que la consideración predominante se hace sumamente personal: yo, ¿quién soy?. ¿qué queda de mí?, ¿adónde voy?, y por eso sumamente moral: ¿qué debo hacer?, ¿cuáles son mis responsabilidades?: y veo también que respecto a la vida presente es vano tener esperanzas; respecto a ella se tienen deberes y expectativas funcionales y momentáneas; las esperanzas son para el más allá”.
Hermanos, en este día he hecho referencia al testamento espiritual de este gran Papa, porque él entiende que todos los talentos son un don de Dios.
En efecto, escribe San Pablo VI: “Todo es don: detrás de la vida. detrás de la naturaleza, del universo, está la Sabiduría; y después, lo diré en esta despedida luminosa (Tú nos lo has revelado, Cristo Señor) ¡está el Amor!”.
Y entonces este Santo Papa nos enseña con su palabra y son su testimonio lo que nos ha dicho Jesús hoy en el Evangelio. Hay que ser responsables aquí y ahora con el talento recibido. El acrecentamiento no se puede postergar para mañana. Hacerlo sería actuar como al siervo negligente y holgazán y corremos el peligro de recibir estas terrible sentencia: “A ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 25,30).
Por eso, San Pablo VI dice: “Pero ahora, en este ocaso revelador, otro pensamiento, más allá de la última luz vespertina, presagio de la aurora eterna, ocupa mi espíritu: y es el ansia de aprovechar la hora undécima, la prisa de hacer algo importante antes de que sea demasiado tarde. ¿Cómo reparar las acciones mal hechas, cómo recuperar el tiempo perdido, cómo aferrar en esta última posibilidad de opción «el unum necesarium: la única cosa necesaria»?”.
Sin embargo, en el reconocimiento agradecido de los talentos recibidos y con la conciencia de nuestra obligación de ser fieles a la voluntad de Dios, surge la realidad de nuestro pecado y de nuestra infidelidad. Por eso afirma San Pablo VI:
“A la gratitud sucede el arrepentimiento. Al grito de gloria hacia Dios Creador y Padre sucede el grito que invoca misericordia y perdón. Que al menos sepa yo hacer esto: invocar tu bondad y confesar con mi culpa tu infinita capacidad de salvar. «Kyrie eleison; Christe eleison; Kyrie eleison: Señor, ten piedad; Cristo, ten piedad; Señor, ten piedad»” (San Pablo VI, Meditación ante la muerte).
San Pablo VI es un buen intérprete del sentido profundo de la parábola de los talentos y de la preparación personal ante la venida del Señor que viene. Él se tomó muy en serio la advertencia del Apóstol que hemos escuchado hoy:
“Pero ustedes, hermanos, no viven en la oscuridad, para que ese Día los sorprenda como ladrón, pues todos ustedes son hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas. Así pues, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios” (1 Tes 5,4-6).
Hermanos, tomemos muy en serio el mayor de los talentos, la más grande gracia que se puede recibir de parte de Dios: Es la participación en la naturaleza divina que nosotros poseemos por el bautismo. Tenemos la condición de hijos del Padre en Cristo, el Hijo eterno del Padre, por el nacimiento nuevo del agua y del Espíritu Santo. ¡Cómo no vivir agradecidos al Señor que nos haya dado este talento, a nosotros pobres criaturas pecadoras!
La parábola de los talentos nos advierte que siempre hay que estar pendientes de desarrollar los dones que Dios nos ha regalado. Hay que cultivarlos para gloria de Dios, para salvación de la propia alma y para el bien de los hermanos.
Todo el bien espiritual del hombre es, en definitiva, conocer, amar y adorar al Señor porque Él nos ha amado primero, nos ha hecho hijos suyos y nos da como herencia la vida eterna.
Hacer rendir los talentos significa que, por la fe, por la esperanza y por la caridad, hemos de vivir de tal manera que todo concurra para nuestra salvación y la salvación de nuestros hermanos. Incluso todo aquello que es propio de cualquier persona humana, aunque no sea cristiana, como es el trabajar, estudiar, comer o dormir, nosotros lo realicemos con la intención de que eso sea realmente para gloria de Dios y eso, por la gracia, me conduzca a la gloria celestial a través de una vida santa aquí en la tierra.
El Señor se nos da en la Eucaristía. Es el don de sí mismo para que se nos conceda la fuerza necesaria para multiplicar los talentos recibidos. Es necesario comer todos los días el Pan de vida eterna para que todos los días, es decir, hoy, ahora, multipliquemos por la fe, la esperanza y la caridad los talentos. “Danos hoy nuestro pan de cada día” para que hoy se haga “tu voluntad en la tierra así como en el cielo”.
Pidamos que la comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo hoy sea el anticipo, la prenda y la preparación de la promesa del Evangelio: «¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo del banquete de tu señor” (Mt 25,21.23).
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica