
Mons. Ginés García Betrán, Obispo de Getafe (España). Atrás: P. Pablo Fernández-Martos, sacerdote diocesano de Getafe de misión en la Diócesis de Villarrica (Chile)
“Cada uno en la Iglesia y en el mundo es una misión”, es la certeza que compartió a la comunidad católica de Villarrica el Obispo de Getafe (España), Mons. Ginés García Beltrán, de visita en nuestra diócesis del 4 al 11 de julio.
Con la Parroquia San Francisco de Villarrica colmada de fieles, Mons. García presidió la Misa dominical del 7 de julio, junto a su párroco P. Robinson García y al P. Pablo Fernández-Martos, diocesano de Getafe que lleva 7 años de misión en nuestras tierras. El Obispo de Getafe aprovechó esta instancia para agradecer la oportunidad de «compartir y experimentar la catolicidad de la Iglesia, que es UNA esparcida por todos los rincones del mundo».
En su homilía sobre el Evangelio del llamado de Jesús a los 72 discípulos (Lc 10, 1-20), Mons. García destacó en primer lugar que “que todos nosotros estamos llamados a la misión desde que hemos recibido el Bautismo”.
Al respecto, señaló que “el Papa Francisco en una Exhortación Apostólica sobre la santidad (Gaudete et Exsultate) tiene una reflexión que me parece especialmente hermosa. Dice que nosotros no tenemos una misión, sino que somos una misión”.
“Nadie está aquí por casualidad u obra de la casualidad humana, sino que es fruto del proyecto amoroso de Dios, quien desde antes de la creación del mundo ya nos pensó, nos quiso y nos eligió para ser santos”, explicó.
“Podríamos decir que el Señor en el Evangelio de hoy nos da las indicaciones, el manual, para ser un buen y un verdadero misionero:
- En primer lugar llama la atención cómo el Evangelio destaca que además de los 12 apóstoles el Señor envía a 72. Es decir, la misión es de todos y no de un grupo exclusivo en la Iglesia. También, una cosa que me parece especialmente hermosa del Evangelio es que señala que el Señor los eligió ‘para que vayan delante de Él’, es decir, para que fueran a preparar el camino. Donde pensaba ir Él nos envía a nosotros.
- Hay también una convicción profunda de quien es enviado: que nunca va solo. A la misión nunca vamos solos, siempre viene el Señor. Esa convicción profunda del creyente de que Dios nunca nos suelta de la mano aunque parezca que muchas veces estamos solos. Muchas veces incluso desesperados por alguna situación de la vida, tendríamos que sentir fuerte la mano del Señor. Él viene con nosotros, Él nos envía. Y dice también el Evangelio que nos envía ‘de dos en dos’. Es decir, no nos envía individualmente, sino en comunidad, en fraternidad.
- Y dice el Señor: ‘Les envío como corderos en medio de lobos’. Esto significa que los cristianos tenemos que ser mansos, audaces, fuertes, pero al mismo tiempo saber que el Evangelio no es una piedra que le tiramos a los demás, sino que el Evangelio se propone con la palabra y con el testimonio de la vida. Que los demás, viendo cómo yo vivo, lo que yo profeso, quieran decir ‘yo quiero ser como él, como ella’. Esto significa vivir en mansedumbre. Ser lo que somos y vivir según nuestra fe, sin vergüenza, sin complejos, sin rencores. Simplemente ser una criatura nueva para llevar al mundo novedad, dicha, para que el mundo pueda vivir en la esperanza que nos anunciaba la primera lectura del profeta Isaías (Is 66, 10-14): esa Nueva Jerusalén que es Madre, que es acogedora, que sacia a sus hijos y a todos los que se acercan a ella.
Por eso, queridos hermanos, acojamos en nuestras vidas esta Palabra del Señor. Que cada uno salga hoy de esta iglesia sintiéndose misionero llamado a anunciar a Jesucristo. ¿Cómo? Con mi palabra y con el ejemplo de mi vida. ¿Dónde? El Evangelio también lo dice: en la casa, es decir, en la familia, precioso don y responsabilidad de los padres; pero también en la ciudad, en la sociedad, en medio del mundo.
Que nosotros, como aquellos 72, volvamos contentos porque nuestra dicha está en anunciar a Jesucristo, porque el premio es poder anunciarlo a Él y no porque demos muchos frutos. La eficacia, el éxito, no es lo que busca la evangelización, sino que nuestros nombres estén escritos en el cielo. Que María, la Madre del Señor, Madre de la Iglesia, acompañe siempre el camino de esta comunidad parroquial, el camino de sus familias, el camino del mundo”, concluyó Mons. García.
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