Hermanos en Jesucristo:
El Papa Francisco convocó a los obispos de Chile a fin de iniciar un proceso que ayude a la Iglesia a superar su actual situación de postración, agravada por las denuncias de abusos. El Papa, como Sucesor de Pedro, haciendo uso de su suprema autoridad, está tomando las medidas que él ve necesarias para el bien de los fieles católicos.
La Iglesia en Chile necesita volver a su centro, es decir, a Jesucristo, y a su misión de anunciar el Evangelio. Un signo de los problemas por los que se está pasando es que ante el país aparece destacada la Iglesia, por sobre Cristo. No deben ser los programas ni proyectos los que tengan la preeminencia. Ni siquiera las mismas personas, menos aún sus ministros. Por sobre todo y antes que nada Jesucristo es a quien se le debe conceder el primer puesto. Todos hemos de decir “con fuerte voz: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza” (Ap 5,12).
Porque el obispo es indigno siervo del Señor y de su Iglesia, hemos puesto a disposición del Papa nuestros cargos, para que él tenga libertad de acción en lo que le parezca mejor. Presentar la renuncia no significa estar renunciados. Todos seguimos siendo obispos de nuestras diócesis. Al Papa le corresponde decir a quienes les acepta la renuncia y a quienes no. El Papa, como un padre bueno, justo y sabio sabrá decidir en conformidad con la voluntad de Dios. Para que así sea, pidamos al Señor que sea asistido por el Espíritu Santo
Habiendo celebrado Pentecostés y en el día de la Fiesta de la Virgen María, Madre de la Iglesia, sigamos orando, poniendo toda nuestra confianza en Jesucristo, que siempre sigue presente en su Iglesia. Los ojos de la fe nos hacen ver estos tiempos difíciles como una gracia del Señor para convertirnos a Él, crecer en la esperanza y tomarnos en serio la llamada permanente de Cristo a la oración confiada y la penitencia por nuestros propios pecados y los pecados del mundo.
Pidamos al Padre celestial el don del Espíritu Santo, para que la Iglesia sea cada vez más el reflejo de Jesucristo, su Señor y Esposo. Es cierto que nosotros, los miembros de la Iglesia Santa, somos pecadores. Pero así de cierto es que nuestra vocación es ser santos, no por nuestros méritos, sino por los de Cristo, muerto y resucitado para nuestra justificación y santificación. Es tiempo de dejar actuar al Señor, para que, así como “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20), hoy triunfe su amor misericordioso en el corazón de los fieles. María, Madre de la Iglesia y la más eminente de sus miembros, nos ayude con su intercesión.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica