Hermanos en Jesucristo:
¡Verdaderamente ha resucitado el Señor! Lo que es imposible para el hombre, para Dios si es posible. Jesucristo murió verdaderamente, bajó al lugar de los muertos y experimentó en su carne el misterio de la muerte, al que todos estamos destinados a causa del pecado de Adán. Pero Cristo venció la muerte al resucitar al tercer día, como lo había prometido. Desde el instante de su Resurrección, todo cambió para cada uno de nosotros y para todo el mundo. El fin del hombre y de la historia no es la muerte y la eterna condenación, bajo el perpetuo sometimiento al poder del demonio.
El “Cordero Inmolado” (Ap 5,6) emerge victorioso, venciendo en nosotros el poder de la muerte, del pecado y del demonio. Nuestro presente y nuestro futuro están iluminados con la luz pascual de la Resurrección de Cristo. La fe en Él renueva la esperanza y la alegría. Es verdad que hoy hay muchos signos de muerte en nuestro corazón y en la sociedad. Parece que el pecado todo lo invade y que el demonio está “como un león rugiente, buscando” devorarlo todo (1Pe 5,8).
En tiempos de pandemia, de crisis y de generalizada desconfianza pongamos toda nuestra esperanza en Cristo. Él nos da la certeza de la victoria final, “esperando contra toda esperanza” (Rm 4,8). La esperanza cristiana no se basa en las promesas ni en las fuerzas humanas, sino en las de Dios. Si Cristo venció a la muerte, a quien nunca nadie antes había podido vencer, Él también puede vencer todo mal. Esperémoslo todo del Señor, apoyados en la fe y animados por la caridad.
El Señor nos invita siempre a buscar en Él nuestra paz y alegría, la fraternidad y la justicia social. En verdad, “si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas” (Sal 127,1). Y Jesús dice: “Sin mi ustedes no pueden hacer nada” (Jn 15,5). Sin Cristo prevalecerá indefectiblemente la muerte.
La plenitud de vida personal y social que concede el Señor no se identifica con el bienestar y comodidad dados por el progreso tecnológico. La plenitud de Cristo en nosotros y en la sociedad se expresa en el gozo interior, en el amor a todos, en el perdonar a los enemigos, en la renuncia voluntaria de los derechos propios para favorecer el bien común, sobre todo de los más débiles. Cristo es el único capaz de dar la verdadera felicidad al hombre y a la sociedad. Sólo Él da sentido pleno a la existencia humana y a la historia. En definitiva, sólo Jesucristo da la vida eterna.
Lejos de Cristo no encontraremos la paz. Volvamos a Cristo, y con nosotros hagamos volver nuestro querido Chile a Cristo. Si hacemos la voluntad del Padre “así en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10), entonces vendrá su Reino y habrá justicia y paz, alegría y fraternidad.
+ Francisco Javier Stegmeier
Obispo de Villarrica