Hermanos en Jesucristo:
En el día de ayer hemos celebrado nuestro Congreso Eucarístico Diocesano, en preparación para el Nacional del próximo año. Este encuentro nos recuerda la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia y de cada creyente, precisamente porque este Sacramento es el mismo Cristo, realmente presente de un modo real, verdadero y sustancial bajo las especies de pan y de vino.
La celebración de la Eucaristía dirige la mirada del creyente a Cristo, el único Redentor del hombre que nos puede rescatar de la condena del pecado y nos puede hacer participar de la vida divina. En cada Misa el Señor nos dirige las mismas palabras que a sus discípulos en el discurso del Pan de Vida: “Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna” (Jn 6,27).
Jesucristo es la Vida y por eso el trabajo que Dios quiere es que “crean en quien Él ha enviado” (Jn 6, 29). La fe nos lleva a reconocer a Cristo como el enviado del Padre, “pues –dice Jesús- esta es la voluntad del Padre, que cada uno que contemple al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y lo resucitaré Yo en el último día” (Jn 6,40). Ahora bien, es voluntad de Dios que la vida eterna merecida por Cristo se nos comunique comiendo y bebiendo el alimento que no perece: el Cuerpo y la Sangre del Señor. Se requiere de la fe para poder reconocer que la Eucaristía es este alimento de vida eterna, Cristo mismo, el Pan vivo bajado del cielo.
Conociendo por la fe que la Vida eterna se encuentra en la Eucaristía, debemos decir “Señor, danos siempre de ese pan” (Jn 6, 34). Quien quiere recibir siempre la Eucaristía es porque quiere estar en comunión de fe, esperanza y caridad con Cristo. Toda la riqueza inagotable del amor del Corazón de Cristo se nos derrama generosamente cuándo Él se nos entrega con su Cuerpo y su Sangre. Así se explica que Jesús diga: “Yo soy el Pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed” (Jn 6,35).
El Congreso Eucarístico tiene que renovar la fe de los cristianos en Cristo y en su presencia en la Eucaristía. De esto depende la propia salvación y la de todo el mundo, pues Jesús dijo: “Si no comen la Carne del Hijo del hombre, y no beben su Sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna, y Yo le resucitaré el último día” (Jn 6,53-54). Nuestras ansias de vida eterna nos llevan a Jesús, quien a su vez se nos da entero como el alimento que perdura para siempre. Cristo glorioso en el Cielo nos comunica su vida vivificándonos en la comunión eucarística. Participar en la Misa dominical es lo que mejor nos hace.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica