(Tomado de lastampa.it)
El Papa se reunió con los que participan en el IV Seminario sobre ética en la gestión de la Salud, que comenzó hoy en el Vaticano: la «burocratización» y la «complejidad de los sistemas sanitarios» ponen en peligro la dimensión humana de la relación entre el médico y el paciente.
En un momento en el que «estamos viviendo casi a nivel universal una fuerte tendencia a la legalización de la eutanasia», el Papa Francisco indicó la “cura” para que esta «sombra negativa» desaparezca o extinga casi por completo en los pensamientos del enfermo terminal, es decir hacer que se sienta amado, respetado, aceptado. Al reunirse con alrededor de 70 personas que participan en el IV Seminario sobre Ética en la gestión de la Salud, que comenzó hoy en el Vaticano (concluye el próximo 5 de octubre), el Papa se refirió nuevamente a la dimensión «profundamente humana» que debería caracterizar la relación entre el médico y el paciente (mucho más eficaz que cualquier remedio científico), en peligro actualmente por una excesiva «burocratización».
«Curar a los enfermos no es simplemente la ascética aplicación de fármacos y terapias apropiadas», afirmó el Pontífice en su discurso en español. El significado original del mismo verbo latino «curar» no se limita, efectivamente, «a buscar el restablecimiento de la salud», sino que concibe la acción de «atender, preocuparse, cuidar, hacerse responsable del otro, del hermano. De eso tendríamos que aprender mucho los “curas”, pues para eso nos llama Dios. Los curas estamos para cuidar, curar».
Es una actitud del agente sanitario que es «importante en todos los casos, pero tal vez se percibe con mayor intensidad en los cuidados paliativos». «Sabemos –recordó Francisco– que cuando se hace un acompañamiento humano sereno y participativo, el paciente crónico grave o el enfermo en fase terminal percibe esta solicitud. Incluso en esas duras circunstancias, si la persona se siente amada, respetada, aceptada, la sombra negativa de la eutanasia desaparece o se hace casi inexistente, pues el valor de su ser se mide por su capacidad de dar y recibir amor, y no por su productividad».
El Santo Padre indicó tres palabras («milagros», «cuidado», «confianza») para actuar dentro del complejo ámbito de la salid que, particularmente en América Latina, vive «el desaliento» debido a la crisis económica que provoca «dificultades en el desarrollo de la ciencia médica y en el acceso a las terapias y medicinas más adecuadas».
«Los responsables de las instituciones asistenciales me dirán, con razón, que no se pueden hacer milagros y hay que asumir que el balance coste-beneficio supone una distribución de los recursos, y que las asignaciones vienen condicionadas además por infinidad de cuestiones médicas, legales, económicas, sociales y políticas, además de éticas», observó el Papa. Hacer un milagro no significa «hacer lo imposible», sino «encontrar en el enfermo, en el desamparado que tenemos delante, a un hermano», precisó. «Estamos llamados –recordó el Papa– a reconocer en el receptor de las prestaciones el inmenso valor de su dignidad como ser humano, como hijo de Dios. No es algo que pueda, por sí solo, deshacer todos los nudos que objetivamente existen en los sistemas, pero creará en nosotros la disposición de desatarlos en la medida de nuestras posibilidades y, además, dará paso a un cambio interior y de mentalidad en nosotros y en la sociedad».
Esta conciencia, «si está profundamente arraigada en el substrato social», según Bergoglio «permitirá que se creen las estructuras legislativas, económicas, médicas necesarias para afrontar los problemas que vayan surgiendo. Las soluciones no tienen por qué ser idénticas en todos los momentos y realidades, pero pueden gestarse con la combinación entre lo público y privado, legislación y deontología, justicia social e iniciativa empresarial».
Y el principio que debe inspirar todo este trabajo es «la búsqueda del bien», que «no es un ideal abstracto, sino una persona concreta, un rostro, que muchas veces sufre. Sean valientes y generosos en las intenciones, planes y proyectos y en el uso de los medios económicos y tecno-científicos. Aquellos que se beneficien, especialmente los más pobres, sabrán apreciar sus esfuerzos e iniciativas».
Por ello, Francisco invitó a la confianza, sobre todo la del paciente en sí mismo, «en la posibilidad de curarse, pues ahí estriba gran parte del éxito de la terapia. No menos importante es para el trabajador poder realizar su función en un entorno de serenidad, y ello no puede separarse de saber que está haciendo lo correcto, lo humanamente posible, en función de los recursos a disposición. Esta certeza se debe basar en un sistema sostenible de atención sanitaria, en el que todos los elementos que lo conforman, regidos por la sana subsidiariedad, se apoyan unos en otros para responder a las necesidades de la sociedad en su conjunto, y del enfermo en su singularidad».
Ponerse en las manos de una persona, sobre todo cuando está en juego la vida misma, es «muy difícil», acotó Bergoglio para constatar con tristeza que ha cambiado la concepción de relación entre el enfermo y el médico o el enfermero, basado desde siempre en «la responsabilidad y la lealtad», pero obstaculizado seriamente por la «burocratización» y la «complejidad del sistema sanitario». El riesgo que se corre es que «los términos del “contrato” sean los que establezcan esa relación entre el paciente y el agente sanitario, rompiendo de esta manera esa confianza», advirtió el obispo de Roma.
Por ello, exhortó a «seguir luchando por mantener íntegro este vínculo de profunda humanidad, pues ninguna institución asistencial puede por sí sola sustituir el corazón humano ni la compasión humana». Lo importante es que no falte nunca en el cuidado a un enfermo «una fuerte carga de disponibilidad, atención, comprensión, complicidad y diálogo, para ser expresión de un compromiso asumido como servicio».