«Hermanos en Jesucristo:
Nos preparamos para celebrar el tercer domingo de Adviento, ya en las cercanías de Navidad. La liturgia y sus textos bíblicos preparan nuestro espíritu a recibir al Niño – Dios que nace de una Virgen en Belén con el recogimiento de la oración, la humildad de sabernos pobres ante Dios y con la alegría de la esperanza que sabe con certeza que ya se acerca nuestro Salvador. Es verdad que nos cuesta vivir así el tiempo de Adviento, porque fácilmente nos dejamos llevar por los afanes del término de año y la preocupación económica de los regalos de Navidad, la preparación del Año Nuevo y las vacaciones.
Por eso, pidamos al Señor la gracia especial de vivir en esta ocasión la espera del Señor que viene como esperaba la Virgen María el nacimiento de su Niño Jesús. Ella, con su ejemplo y sus palabras, nos puede ayudar a introducirnos en el misterio revelado en Navidad. Dejémonos envolver por la luz de quien „siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre y se humilló a sí mismo“ (Fil 2,6-8) naciendo en un establo de animales.
¡Cuánto nos ama el Señor! Para saberlo, tenemos que contemplarlo débil, pequeñito y dependiente recostado en el pesebre. Así podemos conocer „la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por ustedes se hizo pobre a fin de que los enriqueciera con su pobreza“ (2 Cor 8,9). Así como para la Virgen María, la humilde esclava del Señor (ver Lc 1,48), su HijoJesucristo fue su única riqueza, hemos de pedir que también lo sea para nosotros. Él se convierte en nuestro tesoro y en lo único necesario cuando le conocemos, le amamos con todo el corazón y le adoramos.
Hay varias maneras sencillas de ayudar a fomentar el auténtico espíritu del Adviento y de la Navidad, especialmente en el hogar familiar. Desde ya se puede preparar un pesebre en la casa, que poco a poco se vaya completando hasta poner al Niño Jesús el 24 de diciembre en la noche. También ayuda tener la corona de Adviento con sus cuatro velas, encendiéndose una cada domingo previo a la Navidad. Si en la familia hay niños, de este modo se les transmite la fe.
Junto a esto, hace muy bien participar en las Misas dominicales de Adviento y en las de Navidad, especialmente la Misa de Gallo. De esta manera recibiremos de verdad a Jesucristo como nuestro Redentor, alegría de nuestros corazones y del mundo entero.
El belén nos ayuda a contemplar el misterio del amor de Dios, que se reveló en la pobreza y en la sencillez de la cueva de Belén. San Francisco de Asís quedó tan prendado del misterio de la Encarnación, que quiso reproducirlo en Greccio con un belén viviente; de este modo inició una larga tradición popular que aún hoy conserva su valor para la evangelización.
En efecto, el belén puede ayudarnos a comprender el secreto de la verdadera Navidad, porque habla de la humildad y de la bondad misericordiosa de Cristo, el cual “siendo rico, se hizo pobre” (2 Co 8, 9) por nosotros. Su pobreza enriquece a quien la abraza y la Navidad trae alegría y paz a los que, como los pastores de Belén, acogen las palabras del ángel: “Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 12). Esta sigue siendo la señal, también para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI. No hay otra Navidad.
Como hacía el amado Juan Pablo II, dentro de poco también yo bendeciré las estatuillas del Niño Jesús que los muchachos de Roma colocarán en el belén de su casa. Con este gesto de bendición quisiera invocar la ayuda del Señor a fin de que todas las familias cristianas se preparen para celebrar con fe las próximas fiestas navideñas. Que María nos ayude a entrar en el verdadero espíritu de la Navidad».
+Francisco Javier Stegmeier Schmidlin
Obispo de Villarrica