
El Papa Francisco en oración. Foto: Vatican Media
Hermanos en Jesucristo:
Con ocasión de la Cuaresma, el Papa Francisco a enviado a todos un mensaje “para prepararnos a celebrar con el corazón renovado el gran Misterio de la muerte y resurrección de Jesús, fundamento de la vida cristiana personal y comunitaria”.
Es este un tiempo marcado por una intensa vida de oración y de escucha del Evangelio, con la finalidad de aceptar el “kerygma” (palabra griega que significa proclamar algo como emisario o enviado). En el sentido cristiano, el kerygma es el mismo Jesucristo en su misterio de Muerte y Resurrección, por quien tenemos la salvación y la vida eterna. El Papa dice que en esta palabra “se resume el Misterio de un amor «tan real, tan verdadero, tan concreto, que nos ofrece una relación llena de diálogo sincero y fecundo»”.
Por el Kerygma, recibido con fe, escuchamos al Señor, fuente de vida y de salvación, de alegría y de paz. “En cambio, si preferimos escuchar la voz persuasiva del «padre de la mentira» (cf. Jn 8,45) (es decir, el demonio) corremos el riesgo de hundirnos en el abismo del sinsentido, experimentando el infierno ya aquí en la tierra, como lamentablemente nos testimonian muchos hechos dramáticos de la experiencia humana personal y colectiva”.
Cuaresma contiene en sí la gracia de hacer presente con mayor fuerza la realidad de nuestro pecado, la acción del demonio y, por sobre todo, de la fuerza redentora de Cristo: “Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez”.
Para ello, el Papa nos invita a todos a intensificar oración con Cristo, “que me amó y se entregó por mí” (Ga 2,20). En la oración cristiana, alimentada especialmente por la Palabra de Dios, se nos hace patente el amor misericordioso del Señor, completamente inmerecido por parte nuestro, pero que se derrama en nuestros corazones para convertirnos y hacernos capaces de amar a Dios por sobre todo y al prójimo como a nosotros mismos.
El amor del Señor infundido en nuestras almas, nos lleva a amar especialmente a los más pobres y necesitados y a ser partícipes “en la construcción de un mundo más justo”. En nuestro caso, un modo concreto de ayuda es a través de la “Cuaresma de Fraternidad”.
+ Francisco Javier,
Obispo de Villarrica