Hermanos en Jesucristo:
Chile envejece. Se trata de un verdadero suicidio demográfico, pues es obvio que un país en el que nacen cada vez menos niños y aumentan los ancianos tiende a su extinción. Estamos ante una sociedad decadente, siguiendo los pasos de otros países influenciados por la cultura occidental secularizada y descristianizada.
Se ha perdido el sentido de la belleza de la vida. Aunque todos experimentamos alegría cuando en nuestras familias nace un niño, se da la sin razón de no querer tener hijos. Se pasó de anhelar tener varios hijos, a desear solo una “parejita”, o al hijo único y ahora a no tener ninguno. Es una tragedia cuando se prefieren otras cosas antes que sentir “el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo cuando se ha dado a luz al niño” (Jn 16,21).
Si no se ama la vida, se la desprecia fácilmente y se tiende a ver la misma muerte como algo trivial, sin importancia y carente de sentido trascendente. La muerte viene a ser un trámite más para resolver problemas. De aquí surge la legalización del aborto y de la eutanasia. Es signo de la degradación de la dignidad humana en la conciencia de las personas y de la sociedad.
Con la aprobación de la eutanasia en la Cámara de Diputados se ha dado un paso más en el proceso de decadencia de la sociedad chilena y en la instauración de la cultura de la muerte.
La disolución de la verdad de la persona humana, la negación de su condición de haber sido creada a imagen y semejanza de Dios (ver Génesis 1,26-28; 5,1 y 9,6) y la no consideración del mandamiento divino de “no matarás” (Éxodo 20,13) han conducido a la aprobación de leyes que atentan contra el derecho a la vida de las personas más débiles e indefensas, como son los niños por nacer, los enfermos y los ancianos.
En nombre de la libertad no se puede proponer a una persona que pida la muerte. Esto porque el derecho a la vida es irrenunciable. Es un don dado por Dios y solo Él tiene el poder de decidir sobre el momento de la muerte. Además, quien está sometido a situaciones límites de enfermedad y dolor tiene una libertad condicionada. En tales situaciones no goza de aquella lucidez y voluntariedad necesarias para tomar una decisión verdaderamente humana.
Si se diera que un enfermo pidiese la eutanasia para no sufrir más, lo que está realmente pidiendo es precisamente una ayuda para calmar el dolor. La eutanasia no quita el dolor del paciente, sino que lo mata.
Lo que corresponde es procurar al enfermo un tratamiento paliativo para el dolor, acompañarle con amor y afecto, fortalecerle con la fe en el Señor y hacerle ver el sentido del dolor en la perspectiva de la esperanza en la vida eterna.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica