Hermanos en Jesucristo:
El pasado viernes 6 celebramos el misterio de la Transfiguración del Señor. Es una fiesta luminosa, alegre y esperanzadora. Jesús es “la luz del mundo” (Jn 8,12) que nos ilumina también a nosotros y sobre todo en tiempos oscuros, difíciles e inciertos.
Cristo, “siendo de condición divina… se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo” (Fil 2,6.7). El Hijo de Dios se hizo en todo semejante a nosotros, menos en el pecado. Siendo santísimo, asumió todas las consecuencias del pecado, incluyendo la muerte. El Señor quiso que su humanidad no gozase en la tierra de la gloria que le correspondía. Esa es la gloria que más adelante se manifestará en su Resurrección.
Pero en la Transfiguración, Cristo quiso manifestar su gloria divina a sus discípulos antes de la prueba de la pasión y la cruz. El Señor quiere hacernos ver que a su luz el sufrimiento adquiere un sentido, pues estamos llamados a participar de la gloria del cielo.
Es verdad que por el pecado entró el sufrimiento y la muerte al mundo. La ciencia podrá remediar ciertos males y todos estamos llamados a aliviar el sufrimiento de nuestros hermanos. Pero el pecado, que es el más grave de todos los males, solo puede ser superado por Cristo. Y solo en el cielo “no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Ap 21,4).
Para llegar a la meta del cielo, hemos de vivir de acuerdo al don recibido en el Bautismo, por el cual hemos nacido hijos de Dios y hemos sido constituidos herederos de la vida eterna. Por eso en la Transfiguración dice el Padre, refiriéndose a Jesús: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escúchenlo” (Mt 17,5).
Escuchemos a Cristo. Oigamos su palabra de vida y verdad meditando el Evangelio, “que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree” (Rm 1,16). La salvación de Cristo nos saca de la muerte, de la tristeza y de la desesperanza. Él nos lleva a la alegría de la fe, la esperanza y el amor.
En la Transfiguración, el Señor nos habla de vida, esperanza y alegría. Ante el mal del mundo, nos dice: “Mira que hago un mundo nuevo” (Ap 21,5). Es el mundo nuevo del cielo, pero es también el mundo nuevo que debe darse en la historia, aquí entre nosotros, que peregrinamos hacia la vida eterna.
Cristo nos ha dado claramente nuestra tarea como bautizados,“Vayan por todo el mundo y proclamen el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15). Si cada uno de nosotros escucháramos en esto al Señor, qué distinto sería nuestro mundo, nuestra patria y nuestra región, “porque Cristo es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, el odio” (Ef 2,14).
+ Francisco Javier