Hermanos en Jesucristo:
Nos estamos preparando para la Ascensión de Jesús, acontecida cuarenta días después de haber resucitado de entre los muertos. Desde que el Señor subió al Cielo, los cristianos estamos a la espera de su regreso en gloria al final de los tiempos. Nuestra esperanza se funda en esta promesa de Cristo. Y es también la causa de nuestra alegría.
Como cualquier persona, los cristianos hemos de vivir en este mundo, quererlo y cuidarlo con nuestro trabajo porque es creación de Dios. Pero tenemos la conciencia de que somos peregrinos por este mundo y que lo que nos corresponde es tener «la mirada fija en Jesús, autor y consumador de la fe, quien por el gozo que le esperaba sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios» (Hb 12,2).
Cristo nos dejó un encargo a los cristianos mientras esperamos su regreso: anunciarlo a Él y a su Evangelio (ver Mc 16,15). La mejor contribución de la Iglesia y de los cristianos al mundo es darle a conocer a Jesucristo. El mayor bien que puede recibir una persona es la salvación de Cristo, «porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hch 4,12).
El hombre busca ser feliz y quisiera que este mundo fuese un paraíso. Cuando este anhelo quiere ser alcanzado por la sola inteligencia y la capacidad humana, la experiencia muestra que esto es imposible. Más aún, si esto se pretende al margen de Dios o contra Dios, aumenta el sufrimiento y la deshumanización de la sociedad. No hay que olvidar que los sistemas políticos ateos y anticristianos han sido los más crueles y sangrientos en toda la historia. Me refiero, entre otros, al nazismo y al comunismo que han causado cientos de millones de muertos.
Porque el hombre está marcado por el pecado y porque «el mundo entero yace en poder del Maligno» (1 Jn 5,19) se necesita la redención de Cristo. Solo Él nos puede hacer de verdad felices y convertir nuestro mundo en un lugar de fraternidad y paz. Y después de este mundo, vendrá la plena vida en el Cielo.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica