Hermanos en Jesucristo:
Hemos iniciado la Semana Santa con la celebración del Domingo de Ramos, que abre el camino hacia los grandes misterios de nuestra redención: la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. La celebración culminante será la Vigilia Pascual, en que renovaremos nuestro Bautismo.
Los acontecimientos históricos sucedidos hace casi dos mil años en Jerusalén tienen una repercusión de tal magnitud que abarcan al universo entero, a toda la historia de la humanidad desde Adán hasta la parusía, al conjunto de la sociedad y a cada persona venida a este mundo.
La Pasión, Muerte y Resurrección conducen al Señorío universal de Cristo. “Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea Él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la Plenitud, y reconciliar por Él y para Él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos” (Col 1,18-20).
“Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez” (1 Pe 3,18). El hecho de la muerte de Cristo ya sucedió. Es algo que ya no se puede repetir, pero sus frutos tienen un efecto en cada uno de nosotros por los Sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía.
En efecto, “fuimos con Cristo sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rm 6,4).
La Eucaristía es el Sacramento de la Muerte y de la Resurrección de Cristo. Por eso se instituyó horas antes de su Pasión: “El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi Cuerpo que se da por ustedes; hagan esto en memoria mía.» Asimismo… «Esta copa es la Nueva Alianza en mi Sangre. Cuantas veces la beban, háganlo en memoria mía.» Pues cada vez que coman este pan y beban esta copa, anuncian la muerte del Señor, hasta que venga” (1 Cor 11,24-26).
La Eucaristía hace presente la vida eterna merecida por Cristo con su Muerte y Resurrección. El Sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor es “el pan de Dios… que baja del cielo y da la vida al mundo” (Jn 6,33). Y Cristo nos dice: “El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna, y Yo le resucitaré el último día” (Jn 6,54).
Cristo nos envía a los bautizados, iluminados por su Palabra y alimentados con su Cuerpo y Sangre, para que el mundo, la historia y la sociedad sean cristianos desde sus mismas entrañas, para que Cristo sea “todo y en todos” (Col 3,11). Así se cumplirá la promesa del Señor: “Mira que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5).
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica