Hermanos en Jesucristo:
“El valor inviolable de la vida es una verdad básica de la ley moral natural y un fundamento esencial del ordenamiento jurídico”. Este principio logró ser reconocido progresivamente en la civilización occidental, hasta el punto que se convirtió en elemento esencial y característico de la cultura.
Ante el avance de leyes cada vez más permisivas que relativizan el valor inviolable de la vida de toda persona humana desde su concepción hasta su muerte natural, la Iglesia recuerda que nada autoriza a eliminar vidas, ni nadie puede arrogarse el derecho de decidir quién puede seguir viviendo y a quien hay que eliminar. Es un error si “se decide al puesto de Dios el momento de la muerte”.
La cultura de la muerte y la suplantación de Dios por parte del hombre se manifiestan en la proliferación a nivel mundial de la legalización del aborto, la eutanasia y el suicidio asistido. A este propósito, podemos recordar la frase de San Pío X: “Lo que está mal está mal aunque lo haga todo el mundo. Lo que está bien está bien aunque no lo haga nadie”.
Las razones para validar estos crímenes contra la dignidad de la persona humana son falsas. Una vida digna de vivir no puede reducirse a si la persona es útil, o si está sana mental o físicamente. Matar a alguien -eso es la eutanasia- nunca puede ser signo de compasión. Es penoso ver que los hombres, mientras más se alejan de Dios, más se alejan de los demás, de modo que hoy la «enfermedad más latente de nuestro tiempo: es la soledad». El individualismo está también en la base de estas leyes que pretenden descartar a los más débiles, vistos como un estorbo que hay que eliminar.
Por ello, el documento “Samaritanus Bonus”, fiel a la Palabra de Dios, enseña que la eutanasia y el suicidio asistido son «un crimen contra la vida humana», son intrínsecamente malos “en toda ocasión y circunstancia», todos «aquellos que aprueban leyes sobre la eutanasia y el suicidio asistido se hacen, por lo tanto, cómplices del grave pecado» y son «culpables de escándalo porque tales leyes contribuyen a deformar la conciencia, también la de los fieles». Por último, ayudar al suicidio es «una colaboración indebida a un acto ilícito».
Si alguna persona afectada por una enfermedad grave, terminal y, sobre todo, muy dolorosa, pide la eutanasia o ser asistido en el suicidio, por estas mismas circunstancias está fuertemente condicionada en su libertad. Hay que entender que en el fondo lo que está pidiendo es que se le ayude a atenuar los dolores con tratamientos paliativos y que se le acompañe con el calor del cariño humano de la familia y otras personas de su confianza.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica