Hermanos en Jesucristo:
En la columna anterior se afirmaba la progresiva pérdida en la sociedad chilena del sentido de pertenencia a un proyecto común que aúne todas las voluntades en la construcción de la Patria. La pérdida de la identidad nacional, esencialmente marcada por la fe en Cristo, tiene como efecto la desintegración social en todos los niveles y en todos los ámbitos.
La cultura que se ha ido imponiendo desde siglos y que en los últimos años ha avanzado a pasos agigantados, de la mano de las sucesivas reformas educacionales y de la agenda legislativa, es cada vez más ajena a las raíces cristianas de nuestra Patria. Se pretende así, vanamente, lograr el progreso social y la justicia para todos.
Para tener un crecimiento frondoso y robusto se requiere que haya raíces profundas que alimenten con su sabia a todo el árbol. Nuestras raíces patrias tienen cientos de años de existencia y desconocerlas significa cortar el flujo vivificante que da vida a todo el entramado social. Sin raíces, el árbol comienza a secarse.
Los signos de la desintegración están a la vista. Entre otros, se puede mencionar el permanente estado de enfrentamiento agresivo y descalificador entre las instituciones que tienen como misión precisamente salvaguardar el bien común. Ellas, aún desde posturas distintas, deberían aportar en la búsqueda de solución a los graves problemas que nos afectan. Y, sin embargo, vemos cómo muchas de ellas, por motivos ideológicos y de afán de poder, obstaculizan la implementación de propuestas razonables destinadas a favorecer el bien de todos.
Otro signo es la ya endémica crisis de la educación, en particular la estatal. Ícono de ello es lo sucedido en el Instituto Nacional, pero que más o menos se replica en muchos otros establecimientos. Hay colegios que han dejado de ser ambientes auténticamente educativos, seguros y respetuosos del otro.
Pero el signo más grave es el debilitamiento del matrimonio, de la familia y del respeto del derecho del niño a nacer. Las estadísticas muestran que los jóvenes no se quieren casar, que aumentan los divorcios y las separaciones de los convivientes, que la tasa de natalidad es insuficiente para evitar el envejecimiento de la población. Es un axioma histórico que la vitalidad de las sociedades depende de la vitalidad del matrimonio, de la familia y de la voluntad de los padres de ser fecundos en la transmisión de la vida.
En la base de esta crisis está una concepción del hombre que no es verdadera, porque le quita su referencia a Dios, su Creador, y a Cristo, su Redentor. Cristo es el Norte que hay que recuperar para tener un Chile mejor.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica