Hermanos en Jesucristo:
El Miércoles de Ceniza da inicio a la Cuaresma, tiempo de gracia y de conversión, que nos prepara para celebrar los misterios de nuestra redención: la muerte y la resurrección de Cristo. Por la gracia del Espíritu Santo, con Cristo podremos morir al pecado y renovar nuestro nacimiento a la vida nueva de hijos de Dios por el Bautismo.
Viendo la devastación producida por los incendios, quizá podamos comprender mejor el significado de la imposición de cenizas. La vitalidad de frondosos árboles queda reducida a materia muerta. Dios creó al hombre inmortal y poseedor de la vida eterna. Pero por el pecado libremente cometido, entró la muerte al mundo y el hombre perdió la vida divina que por pura gracia había recibido de su Creador.
Al imponer la ceniza en la cabeza del penitente, se dice: “Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás” (Gn 3,19). Es un rito procedente de Israel (ver a Judit 9,1), por el cual reconocemos la realidad del pecado en nuestras vidas y su consecuencia, que es, literalmente, convertirnos en polvo después de la muerte. La muerte física es la consecuencia de aquella muerte que es la de dejar morir en nosotros la vida divina a causa del pecado.
Pero el hombre es naturalmente un ser de esperanza. Cuántas veces hemos visto que de las cenizas se vuelve a plantar un bosque. En el rito de imponer las cenizas también se dice: “Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Ya no se trata de la esperanza humana fundada en la capacidad del hombre y de las virtualidades de la naturaleza, sino en la gracia de la esperanza teologal infundida por Dios en el corazón del creyente.
El Señor puede y quiere renovar nuestros corazones. El tiempo de Cuaresma es el tiempo en que se nos da la gracia de la conversión. La moción interior del Espíritu Santo a apartarnos del pecado y a volvernos a Dios se expresa externamente por medio de las cenizas, el ayuno y la abstinencia. También suscita el arrepentimiento sincero de los pecados y la súplica de la misericordia de Dios.
La atmósfera espiritual de la Cuaresma es la de la intensificación de la oración y de la meditación de la Palabra de Dios, de la confesión sacramental de los pecados y de la asiduidad en la participación en la Eucaristía dominical y, si es posible, diaria.
Así como Jesucristo estuvo cuarenta días en el desierto orando y ayunando, se nos invita a imitarle en la oración y también en la penitencia. Siempre hace bien ayunar de todo lo que sea superfluo y que de alguna manera nos esclaviza. En nuestro tiempo, además de otros ayunos, a todos hace ciertamente bien limitar el uso de internet y de las redes a lo estrictamente necesario. Hagamos la prueba y veremos cuánto bien nos hará.
+Mons. Francisco Javier Stegmeier.
Obispo de Villarrica.