Hermanos en Jesucristo:
Un último aspecto que quiero hacer presente en el discernimiento respecto a lo que se debe contemplar en una Constitución es la necesidad de reconocer el derecho de la Iglesia y de sus fieles a profesar libre y públicamente la fe, sin verse injustamente coaccionados de ningún modo por ningún poder humano. La libertad religiosa, de la que habla el Concilio Vaticano II, es un derecho de la Iglesia. Es deber del Estado procurar no sólo su respeto, sino que también su fomento e incluso, si se dan las circunstancias, darle a la Iglesia un reconocimiento “civil especial en el ordenamiento jurídico” (Dignitatis humanæ 6).
La actual Constitución, que reconoce el derecho a la libertad religiosa, asegura a la Iglesia y a sus fieles dos dimensiones que le son esenciales: poder celebrar el culto debido a Dios, también en los espacios públicos, y transmitir la fe a los que aún no la profesan y catequizar según esa fe a los que ya creen.
El derecho de la Iglesia de profesar libre y públicamente su fe fundamenta también su derecho a tener medios propios para evangelizar y catequizar. Entre otros, la Iglesia tiene derecho a poseer medios de comunicación, seminarios, centros de educación pre-básico, básico, medio y superior. La Constitución debe reconocer y defender la libertad de la Iglesia de enseñar en fidelidad a la fe. El Estado o cualquier otra instancia no pueden inmiscuirse indebidamente en los contenidos de la enseñanza, por ejemplo, prohibiendo enseñar algún aspecto de la Revelación o imponiendo doctrinas que le son contrarias. Es necesario asegurar este derecho, toda vez que hoy están en cuestión aspectos esenciales de la verdad de la persona humana, el matrimonio, la transmisión de la vida y la familia. Frente a la pretensión de las ideologías de moda de imponer a todos su visión, la Constitución está llamada a evitar que se pase a llevar el derecho a la libertad religiosa, tal como la entiende el Magisterio constante de la Iglesia.
Al concluir esta serie de columnas dedicadas a dar algunos criterios de discernimiento, invito a los fieles a que estudien el parecer de personas expertas en lo que se refiere a continuar con la actual Constitución, tal como está o reformada, o a redactar una nueva Constitución, ya sea por una Asamblea Constituyente mixta o totalmente elegida para el efecto.
Personalmente soy de la opinión de que la actual Constitución es buena, aunque perfectible y reformable. Creo que no se dan las condiciones que aseguren en una nueva Constitución los “principios no negociables”, de los que nos hemos referido en estas seis columnas.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica