Hermanos en Jesucristo:
El sábado 25 de febrero de este año ha fallecido Mons. Sixto Parzinger, obispo emérito de la Diócesis de Villarrica.
Quiero compartir con ustedes lo que ha sido mi vivencia durante estos casi catorce años de estar con don Sixto en la Diócesis.
Al conocerlo tuve la sensación de encontrarme ante un hombre bueno, humilde y cándido, casi con la inocencia de un niño. Esto es lo que se expresaba en su hablar, en su comportamiento y que se traslucía muy particularmente en su mirada pura y transparente. Estoy convencido que su profunda y recia devoción a la Inmaculada Virgen María contribuyó a que el Espíritu Santo imprimiera a lo largo de los años estas características tan personales en el corazón de Don Sixto, que progresivamente lo iban asemejando a Cristo el Buen Pastor.
También me llamó la atención su porte religioso. Era un hombre de Dios, íntegro, sincero, orante, sin afán de aparentar lo que no es y sin doblez. Su lema episcopal “Ad edificationem fidei” (para la edificación de la fe) reflejaba de alguna manera el alma de don Sixto. Es un hombre que quiso edificar su propia vida desde la fe y desde ahí ser instrumento del Señor para que la fe sea la razón de vivir de todos, abarcando todas las dimensiones de la persona. Don Sixto alguna vez escribió: “Nuestra vida y entrega diaria es nuestro humilde servicio: Para la edificación de la fe en nuestra querida Diócesis de Villarrica”. Era frecuente escucharle decir que las dificultades por las que está pasando la sociedad y la misma Iglesia es efecto de la falta de fe.
Don Sixto me dio el buen ejemplo de que con la gracia del Señor se puede ser siempre fiel y muy feliz en la entrega total a Cristo en la vida nueva del Bautismo, en la consagración religiosa, en el sacerdocio y en el episcopado.También me ha hecho ver que Dios quiere que el proceso del envejecimiento del cuerpo se corresponda con el crecimiento cada vez mayor de la vida espiritual, pues “el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo” (1 Cor 5,17). Así, más que el joven, es el anciano quien se constituye en modelo de vida cuando con el paso del tiempo se crece en virtud y no en mañas. Don Sixto fue siendo cada vez más un hombre manso y humilde, semejante al Corazón de Jesús y también a su Padre San Francisco de Asís.
También puedo decir que don Sixto, como hermano Obispo emérito, fue para mí un gran colaborador en mi ministerio episcopal, un sabio consejero y un firme apoyo espiritual. Durante todo este tiempo fue un verdadero padre.
Si alguien a mi llegada a Villarrica me hubiese advertido que era inconveniente que el Obispo emérito se quedase a vivir en la misma Diócesis porque podría convertirse en un referente paralelo o pudiese interferir en mi labor pastoral, debo decir que ha sido todo lo contrario. Don Sixto tuvo siempre una presencia prudente, discreta, cariñosa y cercana, pero siempre dispuesto a participar en la vida de la Diócesis. Así, por ejemplo, los sacerdotes agradecían muy especialmente su disposición a ayudar pastoralmente en las Parroquias.
En nombre de la Diócesis, agradezco al Señor la presencia, el ministerio y el buen testimonio de nuestro querido hermano don Sixto. Mi experiencia es que en todas partes se le recuerda con mucho cariño y todos hablan bien de él. Muchos hemos sido testigos de cómo, espontáneamente, los fieles aplaudían cuando lo veían participar en alguna Misa en la Catedral.
No quiero terminar sin recordar que, más allá de las características personales y del modo de ejercer el ministerio episcopal, don Sixto era Sucesor de los Apóstoles. En Villarrica, en la comunión con todos sus hermanos Obispos y con el Papa, fue garante de la comunión con la Iglesia y de la verdad revelada por Cristo, asegurando así que en estas tierras se anunciara el Evangelio vivo de Cristo. Según sus propias palabras: “Deseo, con ustedes y con su apoyo, proseguir en el camino experimentado: Amando profundamente a Jesucristo, disponiendo todo lo que está a nuestro alcance para que Él sea conocido, predicado y amado”. Don Sixto fue un auténtico maestro de la fe, un sacerdote de los misterios divinos y un pastor de su grey, a semejanza de Cristo, Profeta, Pontífice y Pastor.
Por último, al ya haber partido de este mundo, soy testigo presencial de cómo don Sixto se preparó para el paso hacia la vida eterna, consciente que finalmente lo que vale es lo que el “Padre ve en lo secreto” (Mt 5,4). Con la conciencia de haber procurado hacer en todo la voluntad de Dios, anhelaba lleno de fe, esperanza y caridad escuchar de Él: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25,21).
Con su palabra y más aún con su testimonio Don Sixto nos dice, a nosotros que quedamos en este mundo: “He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe” (2 Tm 4,7).
+Francisco Javier Stegmeier Schmidlin
Obispo de Villarrica.