Hermanos en Jesucristo:
Hemos celebrado llenos de fe e inmensa alegría la Resurrección del Señor Jesús. En la liturgia de estos días se destaca el anuncio del misterio de Cristo, muerto en la Cruz para nuestra salvación y resucitado al tercer día para comunicarnos la vida eterna.
Ante la muerte del Señor, los discípulos quedan tristes, confundidos, desesperanzados y llenos de miedo. Su falta de fe los llevó a dudar del Señorío de Cristo y a no considerar las promesas tantas veces repetidas de lo que estaba escrito “que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día” (Lc 24,46).
Pero Cristo no permaneció muerto. Si hasta la llegada de Cristo la muerte vencía siempre, incluso sobre los más poderosos y famosos del mundo, ahora la muerte experimentó la primera y definitiva derrota, pues Cristo volvió a la vida inmortal y gloriosa para “libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud” (Hb 2,15).
Cristo resucitado se presenta vivo a sus discípulos. Les hace ver que no es un fantasma, pues dice: “Miren mis manos y mis pies, porque Yo soy el mismo; pálpenme y miren que un espíritu no tiene carne y huesos como ustedes ven que Yo tengo” (Lc 24,39).
El Señor Jesucristo nos recuerda todo el tiempo que Él está con nosotros. Cuando somos débiles en la fe y decaemos, nos advierte: “¿Por qué se inquietan ustedes, y por qué se suscitan dudas en su corazón?” (Lc 24,38).
En los momentos difíciles acerquémonos con fe al Señor y oiremos de sus labios estas palabras: “Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
A todo el planeta le ha tocado sufrir las terribles consecuencias de la pandemia. Por algún motivo en Chile esas consecuencias han sido peores, pues, según señalan las noticias, tenemos el record de ser el país de América donde más ha empeorado la salud mental de los adultos durante la pandemia del covid-19, y el segundo a nivel mundial.
Nos podemos preguntar por qué Dios permite por tanto tiempo esta pandemia, pero más hay que preguntarse por qué somos precisamente los chilenos la segunda población más afectada psicológicamente, sobre todo los jóvenes. Ya se ve que la respuesta a los problemas existenciales que trae la pandemia no es el de lavarse bien las manos.
La respuesta puede abarcar varios aspectos, pero estoy seguro que uno de ellos es que en Chile nos hemos ido alejando cada vez más de Jesucristo. Él es el único que nos puede decir en propiedad “no teman”, ya que solo Él nos puede asegurar el definitivo triunfo sobre el dolor y la muerte al merecernos la vida eterna.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica