Hermanos en Jesucristo:
El 13 de marzo de 2013 era elegido Papa el Cardenal Jorge Mario Bergoglio. Es ocasión para renovar nuestra oración por él y nuestra sincera adhesión a quien reconocemos por la fe como el Sucesor de Pedro, querido por el Señor como la piedra sobre la que se edifica su Iglesia en la tierra (ver Mt 16,18) y el encargado de confirmar a sus hermanos en la fe (ver Lc 22,32).
Luego de diez años de Pontificado podemos tener una mirada retrospectiva de lo que ha sido su ministerio pastoral. Mucho se podría escribir y de hecho así ha sido. Pero sólo quiero destacar dos aspectos.
El primero se refiere a su lema como Papa que, en latín, es “Miserando atque eligendo”, cuya traducción sería: “Lo miró con misericordia y lo eligió”. Esta frase se inspira en el llamado de Jesús a Mateo, el publicano: “Vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme»” (Mt 9,9). Si algo ha caracterizado al Papa Francisco es la enseñanza acerca de la misericordia del Señor por nosotros. “Estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia”. Toda la humanidad es contemplada por Dios con un corazón que se compadece por la miseria de hombres y mujeres, de la cual nadie escapa, porque, en definitiva, todos hemos de ser salvados del pecado y de sus consecuencias, como son el dolor, la muerte y la eterna condenación.
Solo nos puede salvar la misericordia del Padre manifestada por su Hijo, Jesucristo, y derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo a través de la Iglesia. Por misericordia pasamos de enemigos de Dios a ser sus hijos muy amados en el Bautismo. Frente al misterio de nuestro pecado y a la misericordia divina cae por tierra toda pretensión de auto salvación del hombre por medio de sus propias fuerzas y su sabiduría humana. De ahí la insistencia del Papa en rechazar la tentación siempre latente de pelagianismo y de gnosticismo, en definitiva, de mundanidad espiritual.
Como consecuencia, el Papa enseña “la infancia espiritual”, es decir, la necesidad de hacerse como niños para entrar en el Reino de los Cielos (ver Mt 18,3), que es lo mismo que ser humildes y pobres ante Dios, como lo fue la Virgen María, San José y San Francisco de Asís.
Un segundo aspecto que destaco es cómo el Papa se refiere a lo esencial de la divina revelación y de lo que significa ser cristiano. Pienso que la elección del nombre “Francisco” va en esta línea. Francisco de Asís es el Santo que recibe del Señor la gracia de vivir en toda su radicalidad el Evangelio y ser un modelo de auténtico cristiano. Puede aplicarse con toda propiedad las palabras de San Pablo: “Con Cristo estoy crucificado; y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,19-20).
El Papa Francisco siempre termina sus intervenciones pidiendo que recen por él. Es lo que hacemos todos los días, pero muy particularmente este 13 de marzo.
Mons. Francisco Javier Stegmeier.
Obispo de Villarrica