Hermanos en Jesucristo:
San Juan María Vianney es el Patrono de los sacerdotes diocesanos, pero particularmente de los Párrocos. El Santo Cura de Ars, como se le conoce también, fue por muchos años el Pastor de una pequeña comunidad de católicos que, gracias a la oración, mortificación, caridad y celo apostólico de su Párroco, se fue convirtiendo al Señor, pasando de una casi nula participación en la Misa dominical a una en la que prácticamente nadie faltaba. Más aún, la fama de santidad del Cura de Ars, sus grandes dotes como confesor y extraordinarios carismas atraían año tras año a decenas de miles de penitentes de todo el mundo, que buscaban la gracia del perdón de Cristo en el Sacramento de la Confesión.
El fiel, humilde y abnegado servicio sacerdotal de San Juan María llevó a la Iglesia a declararlo modelo e intercesor de los Párrocos. Que él sea un modelo, significa para el sacerdote querer imitarlo. Para todos los fieles significa orar por el sacerdote para que viva conforme al modelo.
Vivir según el modelo hay que entenderlo a la luz de las palabras de San Pablo: “Sean mis imitadores, como yo lo soy de Cristo” (1 Cor 11,1). Esta imitación no consiste en copiar un modo externo de actuar, sino en comprender y vivir lo esencial de un modo de ser. En el caso de Pablo, claramente el punto de referencia es Cristo. Por la gracia de Dios que actúa en San Pablo, pudo decir: “No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál 2,20).
El sacerdote está llamado a vivir según el modelo del Santo Cura de Ars en todo lo que es expresión de su plena fidelidad a su vocación específicamente sacerdotal. La oración por los sacerdotes ha de pedir la gracia del Espíritu Santo para que los configure cada vez más a Cristo, de modo que la participación en su Sumo y Eterno Sacerdocio por el sacramento del Orden Sagrado, se manifieste en el diario ejercicio del ministerio sacerdotal.
La entrega total a Cristo y la plena identificación con la voluntad del Padre, lleva al sacerdote a inmolarse por sus fieles, como el Buen Pastor que da su vida por las ovejas (ver Jn 10,14). Su anhelo ha de ser el mismo de San Pablo: “Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente (…) Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda” (1 Cor 9,18.19).
Pidamos al Señor que nuestros sacerdotes, en el Espíritu Santo, se compenetren cada vez más del misterio de Cristo, para vivir siempre según la voluntad del Padre y en la entrega de su propia vida para el bien de los fieles.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica