Hermanos en Jesucristo:
Dios crea todo por amor, para hacernos participar de su plenitud de bien. Si ya en la creación del ser humano se manifiesta este amor de un modo tan admirable, más aún se manifiesta en la redención de los pecadores. Por eso Jesús exulta diciendo: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único»(Jn 3,16).
Cristo es la plena manifestación del amor de Dios a la humanidad. Esto lleva a decir que «Dios es amor»(1 Jn 4,8) y que Cristo nos «amó hasta el extremo»(Jn 13,1). Y este amor gratuito y redentor se simboliza con la imagen del corazón.
Jesús nos enseña la parábola del «hijo pródigo» para graficar este amor de Dios. Dios ama, lo entrega todo, más aún, se entrega todo, que eso es ser padre. Pero en el hijo pródigo y en el hijo mayor, estamos representados todos nosotros: cada hombre es el hijo que no corresponde al amor del Padre y no conoce ese amor hasta que no palpe en su propia vida el «tanto amó Dios al mundo».
La historia del Pueblo de Dios y la nuestra es la historia del amor de Dios no correspondido por quienes debieron haberle amado, según está escrito: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza»(Dt 6,5).
A mayor amor no correspondido, mayor dolor. Dios es inmutable, porque es perfectísimo, plenitud de ser y de vida. No sufre y no se frustra por expectativas no cumplidas. Nada escapa a su voluntad. Pero la Palabra de Dios nos dice cómo a Dios no le da lo mismo si su criatura amada le ama o no. Este sentimiento se expresa, sobre todo, con las imágenes del matrimonio, la paternidad y la maternidad.
Cristo es Dios verdadero y hombre verdadero. Es el Hijo de Dios que se ha hecho carne. Si en la Antigua Alianza se podía entender metafóricamente el «dolor» del corazón de Dios por el amor no correspondido, ahora, en la plenitud de la revelación, hay que entenderlo según su sentido literal: Dios tiene corazón humano, de carne, porque Cristo es Dios hecho hombre. Su alegría es amarnos y que le amemos. Y ser amados por Él y amarle nosotros a Él es nuestra máxima alegría.
+Francisco Javier Stegmeier Schmidlin.
Obispo de Villarrica.