
«La cultura es aquella forma peculiar con la que los hombres expresan y desarrollan sus relaciones con la creación, entre ellos mismos y con Dios, formando el conjunto de valores que caracterizan a un pueblo y los rasgos que lo definen» (San Juan Pablo II, 23.01.1998).
Un país tiene una cultura que lo define a grandes rasgos, pero con matizaciones según la edad, la localidad, las raíces urbanas o rurales, el ambiente social de sus habitantes, entre otros. No es lo mismo ser del sur que de Santiago.
Además hay que considerar que existe una cultura «oficial», promovida por gobiernos, políticas educacionales, Universidades, ONGs, medios de comunicación social y por otras instancias de gran influencia internacional. De este mundo cultural, tan ajeno a las raíces cristianas de nuestro país, fue expresión el fallido proyecto de Constitución. Pero se da, casi paralelamente, la realidad cultural de la gente sencilla de alma cristiana, del Chile profundo representado en gran parte por el sesenta y dos por ciento que rechazó el mentado proyecto.
De la cultura «oficial» es expresión el resultado de las iniciativas populares de norma para ser debatidas en el Consejo Constitucional. Habrá que analizar si el porcentaje de participación indica que tal resultado es representativo de la mayoría de los chilenos, considerando que en esta ocasión votó menos de la cuarta parte en comparación al proceso anterior (236.475 versus 980.332). Casi un 99% no votó.
Llama la atención que las iniciativas más votadas no se refieren a la persona humana y a la convivencia social, considerando que una Constitución debería estar enfocada en ambos aspectos. Tampoco ocupó los primeros lugares la organización del Estado.
La iniciativa «Chile por los animales» fue la que más apoyo recibió (25.415 votos) y luego «Con mi plata no» (24.505). «Por el derecho preferente de los padres de educar a sus hijos y la libertad de enseñanza» ocupó el tercer lugar (19.941) y recién en el octavo lugar aparece «Toda vida cuenta» (15.659).
Al parecer es una elite desarraigada del mundo popular cristiano quien considera más importante a los animales y al dinero que a los niños por nacer y al rol que juega la familia en la educación de los niños.
Los cristianos debemos promover una cultura de la vida que ponga en el centro de la sociedad a la persona. Para que esto sea realidad, decía San Juan Pablo II: «Toda cultura tiene un núcleo íntimo de convicciones religiosas y de valores morales, que constituyen como su «alma»; es ahí donde Cristo quiere llegar con la fuerza sanadora de su gracia… En Cristo, toda cultura se siente profundamente respetada, valorada y amada; porque toda cultura está siempre abierta, en lo más auténtico de sí misma, a los tesoros de la Redención».