
Se decía que antes de la legalización del aborto, en Chile el número de abortos llegaba a trescientos mil por año. En seis años tendrían que haber sido un millón ochocientos mil. Pero el Ministerio de Salud señala que al 14 de septiembre de 2023, seis años después de la promulgación de la ley, se han practicado 4.272 abortos, es decir, un 0,23 % de lo presupuestado. Son datos disponibles en internet, los supuestos y los reales.
¿Por qué esta abismal diferencia? Porque la primera cifra no tenía sustento científico, en cambio la segunda cifra corresponde a estadísticas serias. Chile ha alcanzado niveles de salud materna comparables a los países más desarrollados, superando incluso a Estados Unidos. Esto significa que ser madre es muy seguro.
El 5 de octubre de 2017 fue un día trágico para Chile, pues se practicó el primer aborto legal. Causa mucha tristeza saber que un niño en gestación, cuyo proceso natural conduce al nacimiento, sea eliminado. El niño en el vientre de la madre es un ser vivo que siente. Experimenta tranquilidad en un entorno armonioso, en el que prima el afecto y el cariño. En cambio, se estresa cuando tiene la sensación de agresividad y violencia. Siente placer en el cálido nido que lo cobija y alimenta. Pero al darse cuenta que su vida corre peligro cuando se le intenta matar reacciona con horror, en un intento desesperado e inútil de huir. Y sufre, como lo haría cualquiera de nosotros, cuando lo descuartizan, se le succiona o se le aplica algún químico.
Quien está siendo gestado, a partir de la concepción, es alguien, es un ser humano, es una persona. Es un niño, un hijo, una guagüita. Basta ver una ecografía para darse cuenta de esto. Con razón el Concilio Vaticano II señaló que «el aborto y el infanticidio son crímenes abominables» (Gaudium et spes 51). Nada justifica matar a una persona inocente, indefensa y frágil.
El drama del aborto de un niño lleva a pensar en el drama de la madre. Se sabe que, en la mayoría de los casos, ella decide matar a su hijo presionada por un contexto vital vulnerable. La madre es también una víctima del aborto. Con ella hay que ser acogedores y comprensivos.
La cultura integral de la vida debe promover un contexto social justo que asegure a todas las mujeres la alegría de saber que ha engendrado un hijo y que se siente apoyada por todos en su embarazo, más todavía si es vulnerable. Ella debe percibir que no se la ve como «un caso de embarazo problemático», sino como una madre y un hijo a quienes hay que querer y ayudar.
La cultura integral de la vida suscita en favor de la madre y de su hijo instancias de redes de acompañamiento familiar, espiritual, médico, psicológico, económico y social. Cuando se da este contexto de cariño y apoyo, una madre quiere tener a su hijo.