(Por padre Guillermo Juan Morado, tomado de Infocatólica)
El amor de Dios se manifiesta como amor crucificado, como reconciliación: “la prueba del amor que Dios nos tiene nos la ha dado en esto: Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores” (Romanos 5, 8). Sólo conociendo el amor es posible descubrir la gravedad del pecado. La cruz revela, a la vez, la grandeza del amor y el abismo del pecado; es absolución y condena; salvación y juicio; muerte y vida.
El Corazón de Cristo es el corazón del Buen Pastor que va tras la oveja descarriada y, al encontrarla, la carga sobre los hombros. La caridad de Jesucristo, Pastor de los hombres, refleja así la imposible indiferencia de Dios; su indeclinable compromiso.
“El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron”. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús entraña la voluntad de reparación, de satisfacción, de penitencia.
Pedimos a Dios que “al rendirle el homenaje de nuestro amor, le ofrezcamos una cumplida reparación”. Existe un vínculo entre amor y reparación. Reparar implica dejarse atraer por el dinamismo del Corazón de Cristo y dejarse transformar por esta fuerza, que es la única capaz de vencer el mal, el pecado y la muerte.
La fuerza del amor de Dios es el Espíritu Santo, que Dios ha derramado en nuestros corazones para la remisión de los pecados, haciendo posible en nosotros la vida nueva en Cristo. El amor de Dios no es un principio exterior, sino interior, aunque trascendente. Gracias al poder del Espíritu Santo podremos dar frutos de “caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza”.
Esta fuerza del amor, que brota del Corazón de Cristo, transforma a los hombres; nos capacita para construir la civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo. Esta es – afirma Juan Pablo II – “la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador”. Y este es también el servicio que la Iglesia está llamada a prestar a la humanidad: construir un mundo animado por la ley del amor; una civilización del amor.
Sin referencia a Dios, la ciudad de los hombres queda privada de fundamento y corre el riesgo de convertirse en una ciudad contra los hombres. El primer servicio de la caridad es ayudar a todos a encontrar a Dios, revelado en Cristo, presente y actuante en la historia por la acción del Espíritu Santo.