Hermanos en Jesucristo:
A partir del siglo XVI, la fe en Cristo va conformando la vida personal y social de los habitantes de Chile. Jesucristo se constituyó en el factor más importante de la configuración de la sociedad como tal en sus expresiones culturales, políticas, económicas… Por siglos, hay una conciencia colectiva de que todo tiene que ver con Cristo. La unidad en torno a Cristo hace que la vida social sea homogénea y armoniosa, y al mismo tiempo haya una gran riqueza en la pluralidad de las expresiones de personas, familias y pueblos.
Si por un lado es cierto que, por la realidad del pecado original, en tal ambiente cristiano hay males morales y que no todo en la sociedad llegó a estar plenamente impregnado de la fe cristiana, no es menos cierto que la identidad de Chile no puede explicarse sin el dato histórico de sus raíces profundamente cristianas. La pretensión de negar esta realidad tiene como efecto la pérdida de la cohesión social y de un proyecto nacional que aúne las voluntades de todos. Sin la referencia a un origen fundacional que nos diga quienes somos como chilenos, no podemos sentirnos parte de un todo, ni podemos unirnos en la prosecución del bien común.
Es evidente el actual estado de desintegración social. Chile es un país tensionado por la constante oposición de los intereses individuales o grupales. Como están las cosas, es imposible hacer converger el bien de unos con el de otros. Así, por ejemplo, el derecho de la mujer se afirma en contra del derecho del niño a nacer. Pareciera que está emergiendo una sociedad en la que se debe afianzar la propia individualidad en contra de los demás. No puede ser de otro modo cuando la cultura dominante reduce la presencia de Dios y de Jesucristo sólo al ámbito privado, sino es que simplemente propicia su total negación.
Una sociedad que se reconoce originada del acto creador de Dios y redimida del pecado por Cristo, más allá de las deficiencias, sabe que todos somos iguales en dignidad porque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios (ver Gn 1,27) y hemos sido constituidos hermanos, “porque Cristo es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad” (Ef 2,14).
Sólo si vuelve a los fundamentos cristianos, Chile será un país de hermanos, en la que se reconozca la dignidad de toda persona humana, incluida la del niño por nacer, en el que reine la justicia y la paz. En el reconocimiento de Dios trascendente y en el Señoría social de Cristo está la clave de la renovación espiritual y moral de la nación chilena. Volviendo a Cristo, volveremos a vivir como hermanos.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica