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Reflexión de Mons. Stegmeier: “Ustedes son la luz del mundo”

Hermanos en Jesucristo:

En medio de la Cuaresma se nos regala la alegría de la contemplación del misterio de Cristo glorioso. Si el eterno Hijo de Dios ocultó su divinidad al hacerse hombre, en la Transfiguración se manifiesta el esplendor deslumbrante de su condición de Dios (ver Mc 9,1-9).

No podemos imaginarnos cómo habrá sido la visión del Señor transfigurado, la contemplación de la divinidad de Jesús en su humanidad totalmente inundada de luz gloriosa, tan sublime y tan superior a toda otra luz y blancura perceptibles en este mundo.

Es una luz y un resplandor en medio de las tinieblas existenciales presentes en nosotros, en nuestro corazón, y en el ambiente que nos rodea. Cristo es la luz: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).

Si el Paraíso perdido puede ser entendido como un lugar luminoso, de una belleza deslumbrante, la situación del mundo caído y del hombre pecador se presenta como tenebrosa, envuelta en las tinieblas de la oscuridad.

La transfiguración de Cristo pone ante los ojos de los discípulos la evidencia casi física de que efectivamente Él es la luz. Es la luz que ilumina nuestras  tinieblas, especialmente a quienes estamos ciegos a causa del pecado.

La transfiguración en medio de la Cuaresma, en medio de nuestras oscuridades personales y sociales, viene a ser como un rayo de luz cuya finalidad es afianzarnos en la fe y en la esperanza de la salvación del Señor.

Como nunca en toda la historia de la humanidad ha habido tanta luz artificial como hoy. En muchos lugares ya se comienza a hablar de la contaminación lumínica. Y sin embargo, pareciera que en la misma proporción inversa ha ido creciendo la obscuridad que entenebrece el sentido de la vida, el porqué del dolor y de la muerte.

No tener luz y estar en las tinieblas es lo mismo que ser ciego. Y nos volvemos  “ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el foso” (Mt 15,14). En efecto no vivir en la luz, con el engaño de pensar que se está en ella, lleva a equivocar de camino, a ser causa de que otros también se pierdan.

Y, como se dice, “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Siempre está el peligro de la soberbia intelectual que lleva al rechazo voluntario de la luz. En Cuaresma el Señor da a todos la gracia necesaria para la conversión de cada uno según la propia realidad espiritual.

Pidamos al Señor la gracia de ver, de ser iluminados por la verdad. Nosotros tenemos la certeza de haber recibido la capacidad de conocer la realidad de las cosas y, más aún, de haber recibido el don de la Palabra de Dios, que es luz que guía nuestros pasos.

+ Francisco Javier

Obispo de Villarrica