Hermanos en Jesucristo:
En relación al proyecto de ley que “establece un sistema de garantías de los derechos de la niñez”, es necesario recordar el derecho y el deber de los padres de educar a sus hijos. Esta ley es un paso más en la pretensión del Estado de suplantar a los padres en la educación de los niños.
Los padres tienen el derecho preferente y el deber de educar a sus hijos y corresponde al Estado otorgar especial protección al ejercicio de este derecho. Pero con esta nueva ley se está poniendo en cuestión este derecho inalienable e irrenunciable de los padres.
Porque los padres han engendrado al hijo, una exigencia intrínseca de la paternidad y maternidad es conducir a los hijos hacia la plenitud de lo que significa ser persona humana. Esa plenitud hace referencia a lo más propio del hombre, que es la vida espiritual del alma, que lo hace conocer la verdad y amar el bien. Esta capacidad espiritual alcanza su pleno desarrollo cuando conoce y ama a Dios, que es Verdad y Bien.
Al respecto decía San Juan Pablo II que “los esposos… engendrando en el amor y por amor una nueva persona, que tiene en sí la vocación al crecimiento y al desarrollo, asumen por eso mismo la obligación de ayudarla eficazmente a vivir una vida plenamente humana… El derecho-deber educativo de los padres se califica como esencial, relacionado como está con la transmisión de la vida humana” (Familiaris Consortio 36). Un padre y una madre son los principales responsables de orientar a sus hijos hacia la vida eterna, que es aquello para lo cual han sido creados por Dios.
En muchas partes del mundo, especialmente en países de Europa, el Estado ha reemplazado a los padres en la transmisión de aquellas convicciones que orientan toda la vida y que configuran el modo de ver la realidad, incluyendo a Dios, a la religiosidad y a los principios morales, sobre todo los referidos a la sexualidad.
Hay países en los que los padres a los hijos deben solo asegurarles la alimentación, una casa en que vivir y una buena salud. De todo lo demás se preocupa el Estado. Como consecuencia de esto es que da casi lo mismo tener hijos que tener mascotas. Y más grave aún es que no se establecen vínculos profundos de afecto entre padres e hijos. El resultado es que apenas se pueda, el hijo abandona la casa de sus padres y ya no hay más contacto.
Además la ley que estoy comentando, bajo bonitas palabras y con el pretexto de defender derechos del niño, interviene e interfiere en la educación de los hijos de tal modo que, si los padres no se someten al Estado totalitario, serán obligados a obedecer y serán sancionados de una u otra manera.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica