
Pasa el tiempo y pareciera que al final todo es más de lo mismo y, en definitiva, nada cambia. Pero no es tan así. Faltan sólo siete días para recordar el hecho que sí lo cambió todo para siempre, dándole a todo un valor de eternidad. Hace 2023 años nació Jesucristo, el único que “hace nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). En este caso, no se aplica el dicho: que cambie todo, para que todo siga igual.
El mundo envejecido, caduco y destinado a la muerte fue renovado y revitalizado del modo más sorprendente. Vino a nosotros el que es la misma Vida, para hacer del hombre viejo un hombre nuevo (ver Ef 4,22-24). El cambio operado por Cristo no es en la educación, en la política, en las estructuras, en la sociedad, ni siquiera en la moral y las costumbres. La renovación obrada por Cristo es aún más profunda y esencial. Ella alcanza el mismo ser de la persona humana. Por eso en Cristo se es nueva criatura (ver 2 Cor 5,17).
Porque Cristo viene a sanar el mismo ser del hombre y a darle vida nueva, Él nace, vive y muere despojado de todo poder político y económico. Lo contemplamos pobre recostado en un pesebre. Lleva una vida anónima durante treinta años. Mientras predica, “no tiene donde reclinar su cabeza” (Mt 8,20). Y para rescatarnos de nuestro pecado y darnos vida eterna, se hizo pecado por nosotros (ver 1 Cor 5,21) y asumió la muerte en cruz.
Cristo con su gracia convierte el corazón de piedra, incapaz de amar, en un corazón de carne lleno del Espíritu Santo, capaz de amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Superado el egoísmo, ahora se puede pasar por este mundo haciendo el bien.
En la noche de Navidad resuenan dos palabras: alegría y paz. En efecto, “el Ángel dijo a los pastores: No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo; les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo, el Señor” y los ángeles alababan: “Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres” (Lc 2,10-11.14).
Cuando en el corazón de la persona redimida habitan la alegría y la paz de Cristo, entonces se pasa haciendo el bien, difundiendo por todas partes y en todas las circunstancias la alegría y la paz del mismo Cristo. El hombre nuevo redimido por El Salvador nacido en Belén, muerto en el Calvario y Resucitado al tercer día se convierte en luz, sal y levadura de la sociedad.
El misterio del Niño nacido en Belén nos señala que la clave de todo está en el ser, no en el tener, el hacer y el poder. Ese Niño, porque “es” verdaderamente Dios hecho hombre, tiene el poder de hacer “cielos nuevos y tierra nueva” a través de los hombres renovados por su amor misericordioso.
Sólo el hombre nuevo nacido con Cristo en Belén, que vive de su alegría y paz, puede ser constructor de una sociedad justa y fraterna.