
Hermanas y hermanos en Jesucristo:
En la celebración del Nacimiento de Jesucristo, nuestro Salvador y a las puertas del año nuevo 2024, se nos abre la perspectiva del futuro, con la incertidumbres e inseguridad de lo que no podemos prever y controlar, pero sobre todo con la esperanza cierta puesta en el Señor de que lo mejor está por venir. Por ello nuestra fe en Jesús nos hace mirar el futuro con la confianza propia de quienes se saben amados de Dios y conducidos en todo por su mano paterna, providente, sabia y todopoderosa.
La salvación de Cristo abarca toda la realidad. Nada queda al margen de la renovación obrada por su gracia. Por eso, la Escritura habla no sólo que en Cristo es posible ser un hombre nuevo, “una nueva criatura” (2 Cor 5,17), sino que también es posible “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21,1), pues “también la misma creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rm 8,21).
Lo que sea este año nuevo dependerá en gran medida de cada uno de nosotros. Pero a su vez esto dependerá de nuestra personal vinculación con el Señor y la obediencia a sus mandamientos. Así como el bien, la felicidad, la paz y la armonía de una familia son fruto del comportamiento de cada uno de sus integrantes, así también la fraternidad y la justicia de la sociedad nacen de ciudadanos en cuyo corazón habita el amor a Dios por sobre todas las cosas y el amor al prójimo como a sí mismos. El bien de un país no se impone por ley, sino que por la ordenación de todo hacia Dios, principio y fin de la persona humana individual y de la misma sociedad como tal.
De esta manera, las distintas dimensiones de la vida social en este mundo tendrán como razón de ser promover el bien verdadero de todos los hombres y de todo el hombre. Este bien consiste en que cada persona humana viva en plenitud su condición de ser “imagen y semejanza de Dios” (ver Gn 1,26-27) y llegue algún día a gozar de la visión de Dios en el cielo.
Si el pecado nos impide vivir como hijos de Dios y como hermanos, la salvación de Cristo nos ha devuelto a la comunión con Dios y con los demás. Sólo Jesús puede hacer de este mundo, de la historia y de nuestra sociedad un camino de fraternidad orientado hacia la casa del Padre, en la que todos nos abrazaremos como hermanos en la comunión del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
En este año 2024, “Año de la oración”, como lo ha designado el Papa Francisco, cada uno de nosotros debe poner su granito de arena en la construcción de una Patria más fraterna, justa y cristiana, en la que todos tengan un lugar según la voluntad de Dios y en la que nadie sobre. Todos tienen derecho a vivir y crecer en ella, empezando por los niños por nacer, los enfermos, los ancianos y los más pobres.