
Este 22 de enero, la Iglesia celebra y recuerda a una niña, a Laura Vicuña, fallecida a la edad de doce años. Su muerte es impresionante, primeramente porque fue el paso a la vida eterna, y también porque Laurita ofrece, por amor, su sufrimiento y su misma muerte por la conversión de su madre, Mercedes del Pino, quien vivía en situación de pecado.
Laura nace el 5 de abril de 1891 en Santiago. Por causas políticas, sus padres deben huir a Temuco. Su padre fallece repentinamente y Laurita se ve obligada a emigrar a Argentina junto con su madre y su hermana Julia Amanda. La familia llega a Junín de Los Andes, un pequeño pueblo ubicado al frente de nuestra Región de La Araucanía.
La dramática situación económica, lleva a Mercedes a someterse como pareja a un hombre cruel, Manuel Mora, para asegurar techo y comida a sus dos pequeñas hijas. Laurita aún es muy niña para darse perfecta cuenta del dolor de su madre y del abuso al que estaba siendo sometida.
Laura comienza a estudiar en el Colegio “María Auxiliadora”. Ella crece en el conocimiento y en el amor de Cristo y de la Virgen. A los diez años de edad recibe por primera vez al Señor en la Eucaristía y decide ofrecer su vida a Jesús y su virginidad a María. Estando en el Colegio se siente muy feliz, como si fuese un paraíso.
Si toda la vida de Laurita está marcada por la cruz, podemos decir que ahora comienza su Vía Crucis que la conducirá a la muerte y a la gloria. En efecto, cae enferma afectada de tuberculosis y, aún siendo una niña de once o doce años, Manuel Mora quiere abusar de ella. Laurita lo rechaza con decisión. El violento y pervertido hombre la golpea y la echa de la casa. Pero lo que más dolor le da a ella es percibir la grave situación moral en que vive su madre.
Es entonces cuando Laura decide, por amor a Dios y al prójimo, ofrecer su propia vida a cambio de la conversión y salvación de su madre. El día anterior de su muerte, dice a su madre: “Mamá, me estoy muriendo! Durante mucho tiempo he rogado a Jesús, ofreciendo mi vida por ti, así que pronto voy a regresar con Dios… Mamá, antes de morir, ¿tendré la oportunidad de verte arrepentida por tu vida de pecado?”. Su madre, impactada por estas palabras, se arrepiente de corazón y le responde: “Te prometo que haré lo que me pides”.
Al día siguiente, 22 de enero de 1904, Laurita muere para vivir para siempre en la paz y en la alegría del Señor, con la satisfacción de ver a su madre dispuesta a volver al amor de Dios.
Laurita nos muestra cuán verdad es la palabra de Jesús: “¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños!” (Mt 11,25). Ella entendió que la vida está sólo en Cristo.