
La crisis es hoy transversal, afectando al matrimonio y la familia, a la educación y la política, a la economía, la paz y la seguridad social. Es fácil estar de acuerdo en los síntomas. Lo difícil es descubrir la real causa de tantos males y sus remedios.
El origen de la actual situación es el cada vez mayor distanciamiento de la cultura moderna de la verdad, el bien y la belleza de la creación, obra de Dios uno y único, Ser personal y trascendente, quien por amor hizo sabiamente todas las cosas. Todo tiene una entidad propia, fundada en su relación con el Creador, que es el Ser, la Verdad, la Bondad y la Belleza.
Pretender dar solución a la actual crisis solo por el camino de más leyes, mejor economía, y mayor seguridad, es como intentar sanar una grave enfermedad con calmantes y parches curitas. Es necesario identificar la causa de los males, precisar sus efectos y aplicar la solución. Como acontece con cualquier enfermedad, a mayor gravedad normalmente el tratamiento ha de ser largo, paciente y constante, sin desfallecer. Pero es esencial que el tratamiento sea el verdadero.
El punto de partida de la futura y definitiva solución es recuperar la verdad acerca de la persona humana. De todas las criaturas, ella es la más perfecta y la mejor, creada hombre y mujer, a imagen y semejanza de Dios. Cada uno de nosotros tenemos capacidad de conocer y amar a Dios, y hemos sido llamados a participar de la vida divina por la gracia de Cristo, ya en la tierra y eternamente en el cielo.
Hemos de reconocer nuestra realidad concreta de ser hombre o mujer como un regalo de Dios. La actitud ante esto es el de la gratitud y la alegría. En nuestro propio ser está inscrito el amor por la vida, el deseo profundamente humano de unirse en matrimonio, formar familia y transmitir vida abundante. Todos los que han visto nacer un hijo son testigos de cómo se suscita la alegría, la esperanza y las ganas de vivir.
Ninguna persona ni sociedad puede ser feliz si se acepta como un bien el individualismo, la infecundidad y el aborto. La frustración, la agresividad y la amargura de tantos tiene aquí su explicación.
Ya en el sólo orden natural, el reconocimiento y la promoción de la verdad de la persona es fuente de bien y de paz social. Más aún, si hemos recibido de parte de Cristo la plena revelación acerca de quién es el hombre y la mujer. La misión de los cristianos es ser portadores del Evangelio de la vida. A la sociedad occidental decadente y decrépita, cansada de la fe, le haría bien mirar a la Iglesia en África, que aún conserva la centralidad del misterio de Cristo, la conciencia de la necesidad de la redención y la vocación a la vid eterna. Occidente es desarrollado económicamente. África, aún con todos sus problemas, posee un mayor desarrollo humano.