
Por ser septiembre el mes de la Patria, es un tiempo propicio para que la sociedad chilena reflexione acerca de quiénes somos como nación, de dónde venimos, en qué situación estamos y cuál es nuestro proyecto de futuro. Es así que en estos días oímos distintas propuestas venidas desde los más diversos sectores de nuestro país. En nuestro caso, queremos dar una respuesta desde la fe en Cristo.
Hay que partir de un dato básico de nuestra fe: Jesús es el Señor de todo. Es una verdad clara y repetida en la Palabra de Dios. Así, Cristo dice de sí: “Se me ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra”(Mt 28,18) y San Pablo, entre otros muchos textos, dice: A Cristo “Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre; para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos y toda lengua confiese: ¡Jesucristo es el Señor!, para gloria de Dios Padre”(Fil 2,9-11).
Un país no se inventa, ni parte de la nada. No es fruto de un consenso voluntarista. La historia muestra que indudablemente nuestra Patria, en sus orígenes aún anteriores a la proclamación de la emancipación de España, está fundada sobre la fe en Jesucristo y su Evangelio. Sin embargo, en un largo proceso de siglos, en el que intervienen muchas causas, Chile como sociedad va perdiendo progresivamente sus raíces cristianas. Es por ello que hoy, aunque podemos reconocer en nuestro país aspectos que ciertamente expresión de la fe en Cristo, es evidente que los aspectos más característicos de la cultura oficial actual no son cristianos. De esto es muestra lo que pasa con la televisión, los medios de comunicación en general, las leyes, el proyecto educacional estatal, etc.
Este progresivo distanciamiento personal y social respecto a la fe en Cristo es la causa última de la grave enfermedad que aqueja a nuestra sociedad. Los muchos síntomas de esta enfermedad son evidentes: hoy el número de parejas que se separa o divorcia es mayor que el de las que se casa; la mayoría de los niños nace fuera del matrimonio; la inmensa mayoría de los jóvenes opta por convivir y no casarse; la media de nacimientos está bordeando uno por mujer en edad fértil, con lo que Chile no rejuvenece, sino que envejece en un proceso irreversible de decadencia, en los colegios se ha debido implementar programas de prevención del suicidio adolescente. Estos datos, entre otros muchos que se podrían citar, muestran que una sociedad se hace menos humana en la medida en que es menos cristiana.
Todo proyecto que procure realmente el bien de los chilenos y de la Patria en cuanto tal, necesariamente pasa por el reconocimiento personal y social de Jesucristo como el Señor, no sólo de cada uno y de cada familia, sino que también de la sociedad en su raíz y en sus estructuras.