
Iniciamos el Año Jubilar, celebrando los 2025 años del nacimiento de Jesucristo, nuestro Divino Salvador. El Papa Francisco nos ha pedido ser peregrinos de esperanza durante este Jubileo, iniciado en Roma el 24 de diciembre y que concluirá el 6 de enero de 2026.
Un Año Nuevo siempre suscita la esperanza de un futuro mejor, de cumplimiento de los anhelos del corazón. Sin embargo, también surgen temores y dudas, pues no está en nuestras manos conocer y controlar lo que está por venir, a lo que se agrega la actual situación de inseguridad que vive el mundo.
Se nos invita a poner nuestra esperanza no en lo que puede defraudarnos, sino en aquel que con toda certeza es capaz de cumplir sus promesas más allá de nuestra precariedad. Quien pone toda su confianza en Cristo, Señor de la historia y principio y fin de los tiempos, nunca quedará engañado.
Pidamos al Señor que el nuevo año esté marcado por la alegría de la esperanza cristiana. Como siempre habrá dificultades, tristezas y fracasos. Pero la virtud teologal de la esperanza nos asegura que lo mejor está por venir, según lo prometido por el Señor. Para quien no tiene fe, quizá la meta de esta vida es la muerte y la nada. Pero para los creyentes en Cristo, el término de nuestra carrera es la Vida eterna, el encuentro con el mismo Cristo. La fe, la esperanza y la caridad, hacían decir a San Pablo: “Deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor” (Fil 1,23).
Todo Año Jubilar es un tiempo de gracia dado por Dios a través de la Iglesia. En esta ocasión, el énfasis es el de la esperanza. La gracia que se nos quiere conceder es a “alegrarnos en la esperanza, a ser pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración” (ver Rm 12,12) y a ser testigos de esa esperanza.
Un Año Jubilar tiene como finalidad recibir, entre otras, el don de la indulgencia de Dios por medio de la Iglesia, condicionada siempre por la confesión de los pecados en el Sacramento de la Penitencia. Nos dice el Papa: En la Confesión “permitimos que el Señor destruya nuestros pecados, que sane nuestros corazones, que nos levante y nos abrace, que nos muestre su rostro tierno y compasivo. No hay mejor manera de conocer a Dios que dejándonos reconciliar con Él, experimentando su perdón. Por eso, no renunciemos a la Confesión, sino redescubramos la belleza del sacramento de la sanación y la alegría, la belleza del perdón de los pecados”. Los fieles podremos obtener la Indulgencia Plenaria en los templos jubilares, cumpliendo con las condiciones establecidas por la Iglesia: confesarse sacramentalmente, recibir la Eucaristía, orar por las intenciones del Papa y peregrinar a alguno de los templos designados, participando en alguna celebración litúrgica o dedicando un tiempo a la meditación espiritual.