
Con la apertura de la Puerta Santa de San Pedro en el Vaticano el pasado 24 de diciembre, el Papa Francisco dio inicio al Año del Jubileo 2025 y cuya clausura en Roma será el 6 de enero de 2026. En todas las Diócesis el Año del Jubileo se inició el 29 de diciembre de 2024 y concluirá a fines del año 2025.
La razón de ser de este Jubileo es la celebración de los 2025 años del nacimiento de Jesucristo, el Salvador de toda la humanidad y de cada uno de nosotros.
El Jubileo es un año de gracia, en que se abren las puertas de la misericordia del Señor a fin de convertirnos a Él, renunciar al pecado y vivir en plenitud nuestra condición de hijos de Dios, amándole con todo el corazón y amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos, de modo que -pasando por este mundo haciendo el bien, como peregrinos de esperanza-, lleguemos a la Patria celestial.
El Papa Francisco nos invita a recurrir frecuentemente al Sacramento de la Confesión, elemento central de todo Año Jubilar, “punto de partida insustituible para un verdadero camino de conversión”. Nos dice que hemos de “vivir el sacramento de la reconciliación, aprovechar este tiempo para redescubrir el valor de la confesión y recibir personalmente la palabra del perdón de Dios”.
Para comprender y vivir mejor el Jubileo 2025 es conveniente leer la bula “Spes non confundit” (la esperanza no defrauda), que expone los fundamentos bíblicos de los años jubilares, su realización en la historia de la Iglesia y su sentido profundo. En este caso, el énfasis es la esperanza cristiana. Además, este Jubileo está pensado como preparación para “otro aniversario fundamental para todos los cristianos”, que son los 2000 años de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, que se cumplirán en 2033.
Un signo peculiar del Año jubilar es la peregrinación a la Catedral y otros templos designados: “No es casual que la peregrinación exprese un elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar. Ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida. La peregrinación a pie favorece mucho el redescubrimiento del valor del silencio, del esfuerzo, de lo esencial”.
En las peregrinaciones a los templos jubilares se puede recibir el don de la indulgencia para uno mismo o en sufragio por los difuntos (familiares, amigos, almas del purgatorio…). Para ello el peregrino tiene que querer de todo corazón amar a Dios por sobre todas las cosas, arrepentirse de sus pecados, hacer propósito de nunca más pecar, confesarse, comulgar el Cuerpo de Cristo y orar por el Papa y sus intenciones rezando el Padre Nuestra, una oración a la Virgen María y el Credo.
En la indulgencia, Dios remite la pena temporal merecida por los pecados, ya perdonados en el Sacramento de la Confesión en cuanto a la culpa y a su pena eterna.