
Fuimos testigos del espontáneo y unánime aplauso al Papa León XIV en el momento en que aparece en el balcón de la Basílica de San Pedro. Fue un estallido de alegría y de esperanza. Creo que algo parecido sucedió entre todos los católicos del mundo entero.
Más allá de la evidente empatía que de inmediato se produjo entre el Papa y los fieles, lo acaecido en la Plaza San Pedro es expresión del misterio encerrado en el Sucesor de Pedro, sin importar cuál sea, y que es reconocido por el sentido sobrenatural de la fe de los cristianos.
El Papa, hoy León XIV, es la piedra visible de la unidad de la Iglesia en la tierra. Es quien apacienta a las ovejas de Cristo. Es el referente de la fe verdadera e íntegra. Todo ello siempre como ministro de Cristo, en total dependencia, obediencia y subordinación a Él. Cristo es el Buen Pastor, pero a Pedro le dice “apacienta mis ovejas” (Jn 21,15.16.17). Cristo es la Piedra angular, pero a Pedro le dice, textualmente, “tú eres Piedra y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18). Cristo es “el autor y consumidor de la fe” (Hb 12,2), pero a Pedro le dice “Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca, y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32).
El Papa León XIV expresa su consciencia de ser siervo de Cristo en el lema que eligió para su pontificado: “In Illo unum” (que se traduce del latín: “En el único Cristo somos uno”). Está sacado de un Sermón de San Agustín, en el que dice: “aunque los cristianos somos muchos, en el único Cristo somos uno”.
La tarea del Papa es ser signo e instrumento de unidad de todos los fieles de Cristo en su Cuerpo, que es la Iglesia. La unidad la realiza Cristo, pues “no hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28). Pero Cristo mismo estableció en la tierra medios de realización y expresión de esa unidad: la Iglesia, la misma fe, los Sacramentos, especialmente el bautismo y la Eucaristía, y Pedro y sus Sucesores.
El exultación de todo el orbe católico al conocerse al nuevo Papa es manifestación de su misión de reunir a todas las ovejas en torno a Cristo. Me atrevo a decir que, de un modo u otro, también los no católicos ven en el Sucesor de Pedro el anhelo de unidad de todos los pueblos, no enfrentados como adversarios sino abrazados como hermanos.
La promesa de Cristo es el de la unidad de toda la humanidad en algún momento de la historia: “Habrá un solo rebaño y un solo pastor” (Jn 10,16). “La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unidad íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Lumen gentium 1).
Oremos al Buen Pastor para que a su Siervo León XIV le conceda ser fiel a su misión de unir a los fieles y al mundo entero en la verdad y el amor.